lunes, 30 de enero de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... A dos metros bajo tierra (2001-2005)


A mi amiga 
 Adriana Martín de Aguilera

  Uno de los mejores finales de la historia de la televisión. Si no el mejor.

  Tenía que acabar así, no podía ser de otra forma. Conmovedor como pocos, sobre todo si se han seguido las peripecias de esta particular familia y la funeraria que regentan, si uno se ha encariñado con ellos. Debemos conocer su fin, como sabemos el de sus "clientes".


  Este final nos hace sentir su falta, la amarga sensación que provoca la pérdida y la conciencia de lo inevitable, y aún es más, la conciencia de que debemos aceptar lo inevitable. Porque no nos queda otra, porque siempre ha de haber un final, ya sea en el cine, la televisión, o la vida. 


  Aunque no nos guste. Aunque nos neguemos a aceptarlo. Esto que llamamos vida, esta poca cosa o esta enormidad (que decía Rosa Montero en la impresionante columna Una vida que escribió el día después de la muerte de su pareja, Pablo Lizcano)es así. Podemos y debemos luchar contra ella, pero ella es así.


viernes, 27 de enero de 2012

ALBERT NOBBS (Él o no él (he ahí el dilema))




Dirección: Rodrigo García
Guion: Glenn Close, John Banville y Gabriella Prekop; basado en un relato de George Moore. 
Año: 2011. 
Duración: 113 min. 
Interpretación:Glenn Close (Albert Nobbs), Mia Wasikowska (Helen), Aaron Johnson (Joe),Jonathan Rhys Meyers (Yarrell), Brendan Gleeson (Dr. Holloran), Janet McTeer(Hubert Page).


  No sé si conocen la increíble pero cierta historia de Harry Crawford, un limpiador neozelandés detenido por matar a su primera esposa en 1920. Desgraciadamente, nada destacable. El matiz viene después: lo primero que pidió Harry es que le internaran en el módulo de mujeres de la prisión y que no le contaran la verdad a su actual esposa. La verdad era que Harry en realidad era una mujer, Eugenia Fanelli, que había pasado los últimos veinte años haciéndose pasar por un hombre. Tal sofisticación alcanzó con el engaño que se fabricó un pene de caucho y madera. La primera mujer descubrió su secreto y ése fue el motivo por el cual la mató. No es el único caso de mujeres obligadas a travestirse para poder realizar su vida, así como Eugenia quería ser marinero, George Eliot y George Sand querían ser escritoras, por poner ejemplos literarios; sin olvidar la leyenda de la papisa Juana (interpretada en los setenta por Liv Ullman y objeto de una película hace pocos años, "La Pontífice") ni a Miranda Stuart (Margaret Ann Bulkley según otras fuentes), que quería ser cirujana y lo fue, bajo el nombre de James Barry, famoso y condecorado cirujano militar cuyo sexo fue sólo descubierto cuando se procedió a amortajar su cadáver lo que no impidió que se la enterrara con su nombre de varón, si acaso ya su única identidad. 


  Todo son historias y mujeres reales, no así la que interpreta Glenn Close, disfrazada como hombre para poder trabajar y sobrevivir en la Irlanda del siglo XIX. Unos 30 años después de adoptar el vestuario de un hombre, se encuentra perdida en una prisión propia.


  Dígamoslo claro y cuanto antes: la película es Glenn Close. Su interpretación es fascinante, emotiva sin fisuras. Compone un personaje precioso, de los más bellos y adorables que se hayan visto y lo hace con honestidad, entregándose a él. Uno ve a un ingenuo y humilde Albert Nobbs y cree que, en efecto, existió y existe ante sus ojos con todas sus esperanzas, deseos, ilusiones y miedos. Un personaje complejo y cuya situación no siempre es fácil de comprender, pues se trata de un ser ambiguo, raro, que ha renegado tanto de su naturaleza hasta el punto de olvidar quien es. La actriz está particularmente entregada a este proyecto, pues interpretó a este mismo personaje en el teatro hace treinta años y participa en el film como productora y coautora del guión.


  La Close (mujer de belleza masculina y cuyo nombre, Glenn, sirve tanto para hombre como para mujer)se encuentra bien respalda por otro personaje inolvidable, el mucho más tosco y masculino Hubert Page, que bajo el uniforme de pintor felizmente casado esconde unos enormes pechos de mujer. Lo interpreta admirablemente con ayuda de una impresionante labor de maquillaje Janet McTeer, nominada al óscar como mejor actriz secundaria junto a la Close, ella sí, como actriz principal. El equipo de maquillaje cierra las nominaciones de esta película en la próxima edición de los óscar. (Al volver a casa uno busca imágenes de las actrices para saber cómo son de verdad, pues llegan a parecer verdaderos hombres. Ya lo he hecho yo por ustedes, en este enlace.)


  Estos dos personajes necesitaban una película mejor, pues la historia se queda a medio gas y no alcanza a emocionar tanto como sus interpretaciones. La recreación de época es impecable, así como la dirección, eficiente, pero, salvo por esos dos maravillosos personajes, el resto del elenco de actores se presta con solvencia a una historia que no termina de profundizar ni de conmover, que deja un poco indiferente, que no cala, cuando uno siente y quiere que el mensaje le emocione y se quede con él. Porque, aunque extraño, nos identificamos un poco con Nobbs: todo el mundo, alguna vez en su vida se ha sentido solo e incomprendido. La soledad no entiende de sexos. 
  




lunes, 23 de enero de 2012

DRIVE (¿Te gusta conducir?)



Dirección: Nicolas Winding Refn
País: USA
Año: 2011.
Duración: 102 min. 
Interpretación: Ryan Gosling(conductor), Carey Mulligan (Irene), Ron Perlman (Nino), Christina Hendricks (Blanche), Bryan Cranston (Shannon), Oscar Isaac (Standard), Albert Brooks (Bernie Rose).


  Conocen el anuncio, todo el mundo lo conoce. El brazo más famoso de la historia de la televisión transmitiendo esa agradable sensación de libertad que todos hemos vivido alguna vez, sobre todo de niños, al ir en coche, sintiendo la velocidad del viento contra la piel. Y cómo sentimos que el viento nos empuja, y cómo oponemos resistencia, con deleite, disfrutando por la sensación de dejarnos llevar. 

  Al protagonista de esta película le pasa algo parecido, aunque no podríamos decir con certeza que le guste conducir. Conduce para sentirse libre. Libre de sí mismo, de un pasado que no conocemos, pero que intuimos lo bastante oscuro como para querer huir. Se trata de un conductor especialista de cine por el día y conductor para fugas por la noche. Pero no importa el trabajo que tenga que hacer porque él se siente siempre a gusto detrás del volante. Pero el mundo de este chico cambia el día que se encuentra con Irene.

  Muy merecidamente ganadora del premio al mejor director en la pasada edición del festival de cine de Cannes, "Drive" es un film que, desde su mismo estreno está llamada a convertirse en una película de culto. Su magnífica dirección y la brillante labor de todo el elenco actoral, así como lo cuidado de su fotografía, la banda sonora de Cliff Martínez -acompañada por temazos como éste-, ese tempo narrativo frío y distante, aséptico en su presentación de una violencia sin medida (frialdad que hace recordar al también magnífico análisis desesperanzado sobre la oscuridad del alma humana que es "Animal Kingdom") hasta alcanzar niveles de tensión inigualables, para segundos después sorprender con un lirismo y delicadeza desarmantes y que, asombrosamente, no chirrían dentro del conjunto final sino que lo engrandecen, todo esto y más hacen que uno se olvide de que la película carece casi de argumento.  Apenas hay diálogo en ella y lo demás es silencio. Pero el director no pretende tanto tener una buena historia como crear una atmósfera personal. Y a fe que lo consigue: "Drive" es una de las películas con más personalidad que se han visto últimamente. Una personalidad seductora que a la vez da un poco de miedo. Como el conductor interpretado magistralmente por Ryan Gosling, que apenas con su mirada está transmitiendo a la vez un aura de indefensión infantil y el desencanto vital de quien está cansado de ser quien es. Este mismo desamparo peligroso y entrañable transmite Carey Mulligan, otra actriz a la que se puede considerar entre los mejores intérpretes jóvenes de la actualidad. Ambos, además, son dos actores dúctiles, atractivos sin ser guapos, a los que ves capaces de interpretar casi cualquier papel.   

  Esta reinvención posmoderna del cine negro que es "Drive" está destinada a ser un clásico contemporáneo (sea lo que sea eso) e instantáneo. No tardaremos en ver habitaciones decoradas con el póster de la película, el dvd en las estanterías de los buenos cinéfilos y merchandising variado relacionado con ella (ya se ha desatado la fiebre por la chaqueta de satén blanco con el escorpión a la espalda disponible por 139 dólares). Es su carácter, como nos dice la archiconocida fábula del escorpión y la rana de Esopo que se nombra al final del film y que se puede escuchar en películas como "Juego de lágrimas" de Neil Jordan o, mucho antes, contada por Orson Welles en "Mr. Arkadin". La moraleja es que uno nunca deja de ser quien es y hará las cosas que su naturaleza le imponga, le guste o no, pues es su carácter. Podemos pensar que ésa es la moraleja de esta historia, pero también que, como en la vida, no hay moraleja ninguna.

  En todo caso, hagamos como Welles, brindemos por el carácter. 


viernes, 20 de enero de 2012

PINA (Danzad, danzad... o estaréis perdidos)



Dirección y guión: Wim Wenders
Año: 2011. 
Duración: 103 min. 
Intervenciones: Pina Bausch, Regina Advento, Malou Airaudo, Ruth Amarante, Rainer Behr, Andrey Berezin. 


  Yo no sabía quién era Pina Bausch hasta que vi una pieza suya al comienzo de "Hable con ella", de Almodóvar. Dos mujeres vestidas de camisón, una de ellas la propia Pina, desfilaban como sonámbulas por el escenario lleno de sillas mientras un hombre debía apartarlas con celeridad para que no tropezaran. Se trataba de "Café Müller" y aunque no entendí nada, el magnetismo y la fuerza de esa danza me conmovieron. Me ha ocurrido con otros espectáculos, pocos, de danza contemporánea que he presenciado: mi cerebro no entiende lo que ve, pero mi corazón se conmueve como con ninguna otra expresión artística. Lo mismo me ocurre con esta película. 

  “Pina” es un largometraje en 3D sobre la Tanztheater Wuppertal Pina Bausch, compañía de danza fundada por la gran coreógrafa alemana. A través de un viaje sensual, visualmente muy impactante, Wenders acerca al espectador sus coreografías más conocidas. Está rodado íntegramente en escenarios urbanos y naturales de Wuppertal, ciudad alemana en la que Pina Bausch residió durante 35 años y hogar de la Tanztheater Wuppertal Pina Bausch. 

  La película se concibe como un homenaje a la coreógrafa (muerta  de manera imprevista por un cáncer fulminante hace un par de años) y a su particular manera de entender la danza, más cercana a la expresividad corporal y gestual que a la propia danza en ocasiones. Las coreografías se suceden intercaladas por breves entrevistas en off con sus alumnos o colaboradores, y es tal el caudal de elogios, merecidos sin duda pero abrumador, que la figura adusta y humilde de la bailarina casi parece objeto de una hagiografía. 

  Basada casi por entero en los espectaculares y extraños montajes de la Bausch, cuya fuerza expresiva, ya de por sí potente, es realzada por una maestra utilización de la luz, los encuadres y la música, con movimientos y temas que se quedan grabados a fuego en la mente como "Lilies in the valley" y "The here and after", ambos de Jun Miyake. Los escenarios naturales también contribuyen a darle plasticidad y carga estética a las coreografías, así, el ferrocarril colgante de Wuppertal o las traviesas escultóricas que el pintor vasco Agustín Ibarrola tiene expuestas en una mina de carbón en la región del Ruhr, incluida en el montaje de la coreografía final, se convierten en extraordinarios escenarios que acentúan la expresividad del conjunto. Sin embargo, la profusión de números coreográficos los hace en algún momento repetitivos para el espectador poco habituado a la danza y es tal la avalancha de emociones que cada coreografía nos hace sentir, nunca antes experimentadas con otra película documental, que el exceso nos satura en ocasiones, incapaces ante tanta belleza de asimilarla por completo. 

  Calificada como "apta para todos los públicos", ofrece una experiencia cinematográfica y emocional única que requiere de una mentalidad abierta y dispuesta a dejarse llevar por las imágenes y los movimientos. Sólo entonces la frase de la coreógrafa que titula esta reseña cobrará sentido dentro de nosotros. Y sabremos que no estamos perdidos.



miércoles, 18 de enero de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... Amarcord (Federico Fellini, 1973)

  Tenía que aparecer esta escena en este blog.

  Escena mítica, el personaje de la estanquera marcó a varios hombres de la generación de los nacidos en los cuarenta y cincuenta, poco acostumbrados por aquel entonces a tal despliegue cárnico en una película. De hecho, mi padre, una vez que le comenté que había visto esta película comentó: "Ah, sí, es ésa en la que salía una con unas tetas enormes". Y luego soltó unos gruñidos o unos soplidos.


  Así era como se conocía a este film en ciertos circuitos masculinos. La tetona de Fellini (cuyo verdadero nombre es Maria Antonietta Beluzzi), es, de hecho, una de las infinitas cosas que pedían que volviera Fito Páez y Joaquín Sabina en la larga retahíla final de su canción "Si volvieran los dragones", antes de que acabaran mandándose a la mierda.

  No sé si es cosa del cambio de los tiempos, pero nunca encontré muy erótica esta escena. Impactante y bizarra (en el incorrecto pero extendido significado, por ahora, que se le da en español a este término), sí. Yo, cada vez que la veo, me pasa como al protagonista, que siento que me asfixio (y eso que yo no estoy succhia y succhia que te pego). Aunque parece que ése es el chiste, hundirse en un océano de carne propio de una de Las Tres Gracias


  Tendré que hacérmelo mirar.



  P.S.: Sólo hay otra estanquera que pueda rivalizar en fama (al menos en el mundo hispano) con ella. Hablamos, por supuesto, de la gran Emma Penella en la película española de culto (basada en la obra de teatro de José Luis Alonso de Santos) "La estanquera de Vallecas", de Eloy de la Iglesia.

lunes, 16 de enero de 2012

Yo me acuerdo de... Prólogo

[Nota: Escribí este microrrelato con diecisiete años y desde entonces le tengo un cariño especial. Quedó finalista del I Premio Algazara de Microrrelatos y fue publicado en marzo de 2009 en la antología "Cuentos para sonreír" de la Editorial Hipálage.]


Nadie sabe cómo mueren los libros viejos. Hasta que mueren. Beatriz lo supo cuando viajaba en el subterráneo. Pasó de página, y el crujiente libro, gastado de miradas, se volatilizó en polvo.

Beatriz mira alrededor: una procesión de parroquianos abonados a la hora lúgubre de la mañana, desdibujados por el sueño, en un silencio sin alma. Su mirada se encuentra con un chico, que la mira. El tren grita como una sirena enjaulada.

Estación. El chico sale corriendo. Y ella tras él. Intuye su cabeza entre el mar de cráneos, sube las escaleras mecánicas, llega a la salida, empuja la pesada puerta. El aire escarchado del invierno le golpea en la cara.

Y allí está él, frente a ella. Se miran, respiran el aire que les cristaliza los pulmones. Su aliento forma vaharadas como sábanas blancas. Se miran.

Y yo, el libro que ya no es libro, que no soy nada, recuerdo (como todo muerto) mi frase postrera, la que leyó Beatriz tras pasar la página, mi epílogo:

Te está mirando.

jueves, 12 de enero de 2012

Yo me acuerdo de... Cómo subí al cielo de los replicantes

[NOTA: este artículo se publicó en la web Cantabria Confidencial con motivo del estreno de la versión final del film en noviembre de 2007. La dedicatoria, sin embargo, sí que corresponde al día de hoy.]


Dedicado a mi amigo Naiel Ibarrola,                                                                                 en el día de su cumpleaños, 
y que tuvo que conformarse con verla, 
por primera vez, en vídeo.

  Esperaba este momento desde hacía dos años: el estreno en salas comerciales (otra vez) de Blade Runner, el viernes 16 de noviembre y sólo durante una semana, con motivo del 25º aniversario de la película. Se trata del montaje final (de ahí el subtítulo: “The final cut”), que incluye escenas inéditas (pocas) y otras remasterizadas y remontadas. En fin, Ridley Scott, puliendo, por fin, las rebabas del diamante que no le dejaron perfeccionar.      
  
  Ustedes, lectores, estarán pensando (o no) que están ante un reportaje de otro fanático “freak” de la película, que sabe el monólogo final de Roy Batty en todos los idiomas (incluido el esperanto) y que hará cola el día 11 de diciembre para comprarse el pack completo edición especial en dvd con todas las versiones y diversos juguetitos más de la película. Lo cierto es que, hasta el día 21 de noviembre, yo no había visto Blade Runner ni una sola vez a pesar de mis casi veintiún años, salvo algunos fragmentos de la película que en toda revista o programa de cine te ponen cada cierto tiempo, como el ya citado monólogo (¡Gracias Antonio Gasset!). En efecto, me negué a ver la película si no era en una sala de cine. ¿El motivo? Algo parecido a una apuesta que, por supuesto, he ganado. Pero será mejor que me remonte a dos años atrás.

  El día 3 octubre de dos mil cinco tenía lugar un eclipse solar y yo empezaba Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid. Dos sucesos extraños e históricos para la Humanidad. En la fila de delante a donde yo estaba sentado, había entre otros estudiantes, uno que me llamó la atención porque mientras atendía, dibujaba. Pasó una semana hasta que le pude conocer, con motivo de formar unos grupos para unas “prácticas” (cualquiera que haya estudiado mi carrera en la misma facultad que yo sabrá por qué uso las comillas para designar a las “prácticas”). Ése fue el principio de una hermosa amistad. Por alguna razón que ninguno de los dos alcanzamos a comprender, nos caímos bien. Y desde entonces nos soportamos mutuamente. Este amigo mío me invitó a pasar unos días, meses después de conocernos, en su casa en el País Vasco (resultaba que era de Bilbao, con eso está dicho todo). Allí, junto a su familia, durante una conversación sobre películas, él dijo una frase lapidaria: “Para mí hay dos tipos de personas: las que les gusta Blade Runner y las que no”. En ese momento miré a mi amigo a los ojos: “Naiel, es que yo…”. A mi amigo se le transmutó el rostro en una mueca de dolor: “No me digas que no te gusta Blade Runner. Era un momento de gran tensión, nuestra amistad peligraba como nunca antes. “No es eso. Es que no la he visto. ¿Dónde se supone entonces que estoy yo? ¿En el limbo?”. “¡¿Qué no la has visto?! ¡Eso es todavía peor!” Creo que es el momento de decir que mi amigo, como buen aspirante a director de cine, es muy peliculero. Yo, por el contrario, soy más bien novelesco. Supongo que ya se habrán dado cuenta de que mi amigo sí es un “friqui” fan de Blade Runner, de esos que te saben recitar el monólogo en español, inglés y francés (pero no en esperanto… creo). Por supuesto, yo no me iba a amilanar, así que puse a Dios por testigo de que la primera vez que viera Blade Runner sería en un cine y en mejores condiciones y con mejor calidad que ninguna de las veces que él la hubiera visto. Y como un monje dominico cumplí mi promesa, porque sabía que el estreno iba a ser tarde o temprano.  

  La mayoría de los que me lean pensarán que soy un gilipollas por prometer semejante cosa. Después de ver la película, debo decir que yo también lo pienso. Pero cómo gocé ese día minutos antes de ver el film, recordándole todo esto a mi amigo. Porque, no se engañen, si esperé dos años fue nada más que para joderle. Cosas de nuestra amistad: nos fastidiamos mutuamente y en vez de odiarnos nos queremos más.

  Y por fin vi la película. (¡ALELUYA!) Y me sorprendió, pues sabía menos de lo que imaginaba. Y me emocionó. Y me gustó.
  Los Ángeles, noviembre de 2019. Rick Deckard es un semiretirado blade runner -un agente de un cuerpo especial de la policía- cuya misión es encontrar y “retirar” (es decir, destruir) a unos replicantes fugitivos que se encuentran en la Tierra. Estos replicantes son seres fruto de la ingeniería genética a los cuales se les ha asignado las labores más peligrosas y degradantes en colonias extraterrestres. Los modelos más avanzados –los Nexus 6, producto de la Tyrell Corporation- son semejantes a los humanos, pero son más ágiles y fuertes y, sobre todo, carecen de emociones. Su presencia en la Tierra es peligrosa, pues fueron declarados ilegales tras tener lugar un sangriento motín. El agente Deckard emprende su investigación sin sospechar que le conducirá al fondo mismo de su existencia.

 Me sorprendió porque yo esperaba ver una buena película de acción, pero no sabía de su estructura típica del cine negro, encuadrada en un futuro desolador y tecnificado. Tampoco la imaginaba tan profunda, tan filosófica, tan existencialista, sin dejar de ser entretenida. Esperaba su famoso despliegue visual en lo que a ambientación se refiere: esa alabada estética ciber-punk, deudora de la también mítica Metrópolis de Fritz Lang, del cuadro Nighthawks del estadounidense Edward Hopper donde una serie de solitarios personajes se refugia en un bar durante una noche salpicada por la colorista luz de los neones; y más que ninguno por los cómics de Moebius, fácilmente reconocible en esas laberínticas y oscuras ciudades verticales formadas por rascacielos que sostienen pantallas gigantescas con motivos asiáticos (debido a la creencia en los ochenta de que Japón suplantaría a Estados Unidos como primera potencia económica) surcadas por coches voladores que se internan entre una niebla tóxica y la omnipresente lluvia. Ciudades contaminadas y multiculturales, masificadas y peligrosas. Ya no es ciencia-ficción, es la vida real. Porque Blade Runner se adelantó en plantear temas y preocupaciones de plena vigencia en este siglo XXI.

  En esta película nada es superfluo, cada detalle es revelador, lo que exige más de un visionado, para captar el significado completo del film. Así, la ambientación futurista no es una mera excusa para el derroche visual, sino que está al servicio del trasfondo filosófico de la trama. La película hace que nos planteemos nuestra existencia (¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?) al igual que lo hace el personaje de Rick Deckard (sin duda, la mejor interpretación de Harrison Ford, cuya inexpresividad adusta y contradictoria le acerca a los grandes detectives del género negro) y así como también lo hacen los replicantes. Son éstos, paradójicamente, “más humanos que los humanos”, como reza el lema de la empresa que los crea. Pues los replicantes, producto de un dios humano  y por definición imperfecto, no aceptan su finitud de cuatro años implícita en el hecho mismo de su existencia. Temen a la muerte y buscan inútilmente, una razón a su existencia, para enfrentarse finalmente ante un demiurgo que no cumple sus expectativas. Toda esta complicada amalgama de sentimientos universales toma forma en la figura del líder replicante Roy Batty, magníficamente interpretada por Rutger Hauer, cuya carrera se ha visto marcada de forma irremediable por este personaje, trasunto de la Humanidad. Este actor realizó importantes aportaciones a la película: se presentó al rodaje, por propia iniciativa, con el pelo blanco; por tanto, la estética de su personaje es creación suya. Y no sólo eso, el famoso monólogo final, una de las escenas más conmovedoras y famosas de la Historia del cine, es también obra suya. Este monólogo no desmerece en absoluto del cine del mejor Bergman, como tampoco lo hace la violenta escena del beso entre Deckard y Rachael (una jovencísima Sean Young que nunca ha estado más guapa, en el papel de mujer fatal con estética de pin–up futurista), la cual sienta las bases de su extraña relación. Un miembro del equipo de la película dijo que la tensión entre los dos actores era tal que en vez de una escena de amor parecía que rodaban una violación. Esta fuerte carga dramática fue otro elemento innovador en el cine de ciencia-ficción y que desorientó a los críticos tanto como el ritmo pausado impropio de una película de acción.

  En efecto, la crítica se mostró dividida y fueron muchos los que no la apreciaron positivamente. Para muestra, un botón:

"Una historieta pretenciosa (...) el edulcoramiento de la vulgar peripecia del protagonista y la confusión con que está rodada convierte en monótono cartón-piedra lo que quizá estuviera concebido como estrella de la película (...) Blade Runner más parece en ocasiones un spot televisivo que una película hecha seriamente. Debería costar menos la entrada. (...) fueron escasos los críticos que no supieron apreciar la dificultad que tiene Scott para narrar con sencillez una historieta tan simple." 
      (Diego Galán: Diario El País, 2 de Febrero de 1983)

  La carencia de comprensión que sufrió la película se debe a su apabullante personalidad, difícil de digerir. Tal inconveniente provocó su fracaso en la taquilla norteamericana, pero logró un gran éxito en el resto del mundo (tres premios BAFTA, incluido el de mejor película) y el status inmediato de película de culto, hasta tal punto que es la película más citada del siglo XX. Esto se debe en gran parte a sus archiconocidas frases y a la banda sonora de Vangelis, nominada al Globo de Oro.

  Esta nueva versión, “definitiva” según su director, aporta poco a la versión de 1992, que sí realizó importantes cambios como la eliminación de la voz en off, la desaparición de la última escena sacada del metraje de El resplandor para forzar un final feliz impuesto por los productores en la versión original de 1982; y, sobre todo, la inclusión de la escena onírica del unicornio, que enlaza con la figurita de origami que el blade runner Gaff le deja en el apartamento de Deckard, haciéndole (y haciéndonos) saber que en realidad es un replicante con recuerdos implantados. (Si le he fastidiado el final a alguien, ¡haber visto la película antes, que ya es hora!) En definitiva, este montaje final aporta una calidad mejorada de la imagen y el sonido, pues se ha aprovechado de los nuevos avances en la materia. La escena más comentada que se incluye es una donde aparecen unas bailarinas semidesnudas con máscaras orientales. Asimismo se corrigieron algunos errores de raccord, como el color del cielo por el que vuela la paloma liberada tras el monólogo, ya que esas secuencias se rodaron en momentos diferentes.


   Para concluir, decir que Phillip K. Dick (escritor del libro de 1968 en el que se basa la película: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?- el título de Blade Runner para la película fue sacado del título de otro libro de ciencia-ficción de William S. Burroughs-) realizó una de sus últimas predicciones al vaticinar tras un pase de cuarenta minutos (murió antes de que se estrenara el film) que Blade Runner cambiaría la manera de ver las películas. Tanto es así, que muchos, después de verla, tememos soñar con unicornios.

martes, 10 de enero de 2012

Yo me acuerdo de... Rosa Montero, la ficción y los negros

  Por razones que desconozco, una columna titulada "El negro" que la escritora y periodista escribió en el diario El País hace más de seis años (concretamente el 17 de mayo de 2005), ha empezado a rondar estos días en las redes sociales, hasta alzarse como lo más leído hoy en la web del periódico,y coincidiendo con una nueva columna de la escritora sobre otro tema bien distinto. Es un caso curioso que ha venido repitiéndose en los últimos meses como ocurrió con la noticia sobre la comparecencia de Aquilino Polaino en el Senado a raíz de la legalización del matrimonio homosexual en 2005 o el artículo "Las ilusiones perdidas" de Concha Caballero que hablaba de esa nueva emigración española, la de los jóvenes licenciados españoles que no encuentran trabajo y han de marchar, publicada en 2010. Pero no es sobre lo cíclico de las noticias y su repercusión cambiante de lo que quiero hablar, sino de cómo esta columna guarda un sorprendente parecido con un famoso cortometraje, realizado varios años antes.

  Primero, la columna:

 Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.  
 Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

  Ahora, el corto:


  Como verán, la historia, salvo algunos detalles, es prácticamente idéntica. La mujer que se olvida los cubiertos, el hombre negro comiendo "su" comida, cómo finalmente la comparten, y la equivocación revelada al descubrir un objeto personal en una mesa situada justo detrás de aquélla en la que se ha comido. El cortometraje se titula "The Lunch Date", dirigido por Adam Davidson (prestigioso director de series de televisión) y que ganó el óscar al mejor cortometraje en 1991. También existe un cortometraje, mexicano y de menor calidad, con idéntica trama: "Buen provecho".


  Al parecer, esta historia ha conocido diferentes versiones de autoría imprecisa, aunque algunos sugieren que se trata en origen de un relato de Douglas Adams y han llegado a hablar incluso de plagio encubierto, afirmación con la que no estoy de acuerdo. Esta historia, real o no, bien pudo haber ocurrido y seguir ocurriendo. Y en el caso de que fuera ficticia, la creencia de aquellos que la han oído de que en efecto se trataba de una historia real la convierte en eso mismo, en realidad, como sucede con las leyendas urbanas; teoría ésta de la leyenda urbana por la que se decanta la autora en su perfil de Facebook.


 No sé si Rosa Montero sabe de la existencia de este cortometraje pero, en todo caso, no dudo de la veracidad de lo que cuenta (sea, repito, real o no la historia) ni tampoco que semejante coincidencia le agradará, ya que demostró su querencia por el juego de mezclar la realidad y la ficción en su libro "La loca de la casa", donde su vida real e imaginada eran indistinguibles pues no eran sino la misma cosa, esa tórrida historia de amor entre ella y su imaginación. 

  También espero que le guste porque este descubrimiento no hace sino refrendar sus observaciones sobre los prejuicios de los habitantes de países desarrollados hacia aquellos que vienen de países pobres, con una actitud paternalista que se encuentra tanto en muchachas alemanas como en ancianas ricas norteamericanas como en muchos de los programas de cooperación al desarrollo. Todos ellos, por muy intencionados que sean, caen en el ridículo, y, esperamos, aprenden de ello. Esta coincidencia no remarca lo cíclico de las noticias, sino la inamovilidad y atemporalidad de los prejuicios y cómo realidad y ficción están íntimamente unidas. Y también, que el ridículo se hace en todas partes y toda hora. En la ficción y en la realidad.


P.S.: Acabo de enterarme de que sí tiene noticia de este corto, pero lo escrito, escrito está.

lunes, 9 de enero de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... No te muevas (Sergio Castellito, 2003)

  Consagración internacional de Penélope Cruz, que poco tiempo después se vería definitivamente reforzada con su gran papel en "Volver" de Almodóvar. La Cruz es más fotogénica que buena actriz, sin por ello ser mala, ni mucho menos, pero la gran parte de las veces no termina de resultarme creíble y le encuentro cierta tendencia a la sobreactuación. Sin embargo, puede enorgullecerse de tener un puñado de buenos papeles que ha interpretado de maravilla, sobre todo si detrás se encuentra un buen director que sepa guiarla. 

  Éste de Italia, la puta arrastrada protagonista de la película dirigida por el actor que le acompaña en la escena, Sergio Castellito (también magnífico), basada en la novela "Non ti muovere" de su esposa Margaret Mazzantini es uno de sus mejores papeles, por el que ganó el David di Donatello (el Goya italiano). Su siguiente film "Venuto al mondo" es obra del mismo director, basado nuevamente en una novela de su esposa. Esperemos que vuelva a hacerlo igual de bien.

  Hay que reconocer que está impresionante: frágil pero fuerte, tiernamente desamparada y con una expresividad en la mirada como en pocos papeles ha demostrado, la naturalidad de su interpretación se debe en gran medida al perfecto acento italiano conseguido a fuerza de clases de dicción, cosa que no le ocurre con el inglés, que habla con un marcado acento español que la encasilla en papeles latinos. 

  El diálogo que se desarrolla en esta escena no tiene desperdicio. Después de decirle a su amante como se enteró de que la esposa de éste estaba embarazada por un gesto que hizo cubriéndose el vientre, dice, tras un silencio:

            -Mi vida ha sido toda así: llena de pequeñas señales que me vienen a buscar.
            -No me perdonarás nunca, ¿verdad?
            -Dios  no nos perdonará.
            -Dios no existe, amor mío.
            -Esperemos... esperemos, amor mío.

viernes, 6 de enero de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... El gran dictador (Charles Chaplin, 1940)

  Para felicitar el día de Reyes, aporto mi personal regalo en forma de escena deliciosa efectuada por un rey del cine. Además, en ella el protagonista también juega, como muchos niños hoy con sus regalos nuevos. Eso sí, sigo sin ser original: podría haber escogido entre muchas de las maravillosas escenas de la película, como el conmovedor y humanista discurso final, de obligado visionado para aspirantes a políticos y no sólo a ellos. O ese otro discurso maravilloso en un idioma inventado y sospechosamente parecido al alemán, ejemplo de su prodigiosa comicidad física y homenaje al cine mudo, que creía superior al sonoro, pues en su opinión perdería expresividad al emplear el sonido. 

  Pero escojo la escena más conocida de la película, en la que, sin necesidad de palabras nos deja clara la personalidad de un dictador infantiloide que juega con el mundo a su antojo, literalmente, y además de una belleza exquisita y delicada.
  
  Chaplin dirigió esta comedia en 1940, para condenar el nazismo, cuyos estragos y voracidad imperialista habían comenzado a asolar Europa y más tarde el mundo. Aún no se conocían todas las atrocidades que se llevaron a cabo, ni los campos de exterminio, ni la limpieza étnica. Tiempo después, Chaplin reconoció que de haberlo sabido, no habría realizado la película.




jueves, 5 de enero de 2012

THE YELLOW SEA (Lo que a los norcoreanos no les es permitido llorar)





Título original: Hwanghae. 
Dirección y guion: Na Hong-jin
Año: 2010. 
Duración: 140 min. 
Interpretación: Ha Jung-woo (Gu-nam), Kim Yun-seok (Myun), Cho Seong-ha (Kim), Lee Chul-min (Choi). 


  Como saben, el extravagante dictador de Corea del Norte, Kim Jong-il, murió de fatiga hace tres semanas en un viaje en tren, según fuentes oficiales. Cómo es esto posible, no lo sabemos, pero teniendo en cuenta que en su país creen que su nacimiento coincidió con el origen de una estrella y otra clase de delirios que lo convirtieron en semidiós para sus súbditos, nos creemos cualquier cosa que se inventen con tal de mantener en pie esa diabólica maquinaria de lavado de cerebros que es ese país, donde los ciudadanos lloran en coro como si el alma se les escapase por la boca. Son las pocas imágenes que se le ha permitido ver al mundo sobre una de las naciones más pobres y aisladas del planeta, y en efecto, parece otro mundo. Uno no cree que eso sea posible, que ésa sea la realidad, pues realidades hay muchas y muy desconocidas y algunas muy crudas, como la que muestra la película que se estrena hoy, a quien un crítico calificó como Michael Mann a la coreana.

  En la ciudad de Yanji, entre Corea del Norte, China y Rusia, la mitad de la población vive de actividades ilegales. Un taxista debe pagar la deuda que contrajo con la mafia y que permitió a su mujer viajar a Corea del Sur en busca de una vida mejor. Consciente de que deberá trabajar durante años para recuperar el dinero, su única solución pasa por aceptar el peligroso trato que le propone el jefe mafioso Myun: cruzar la frontera de Corea del Sur para asesinar a una persona. No obstante, lo que parecía un plan sencillo pronto se complicará hasta límites insospechados.

  Película cruda tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta, aborda a la manera de un thriller social las miserias a las que una parte de la población mundial deben hacer frente sin más expectativa que la muerte y el infinito de una vida sumida en la violencia, la criminalidad, las mafias y la pobreza. Valiosa por su carga social y como descubrimiento de nuevas aunque difíciles realidades, también es un efectivo thriller sangriento que, una vez superado lo lento de su planteamiento, no deja respirar, provocando una tensión pareja a la que sufre el esforzado protagonista interpretado brillantemente por el actor Ha Jung-woo, que hace un alarde no sólamente interpretativo, sino físico, pues su papel es de una exigencia extrema. Como contrapunto encontramos al temible Kim Yun-seok, que dota a su villano de un carisma acorde con su brutalidad, es decir, enormes. Uno desea tanto que aparezca como teme lo que va a hacer al segundo siguiente, habida cuenta de su gusto por las hachas. Su excesiva crueldad, en cambio, acaba por resultar paródica, pues su resistencia y maldad extremas casi lo convierten en un malo de cómic abocado a la inmortalidad.

  Magníficamente dirigida (Premio al Mejor Director en Sitges) y con un empleo soberbio del montaje, la violencia sin descanso, con miembros amputado por doquier y sangre a borbotones, que tanto distingue a cierto cine coreano sin por ello mermar su calidad (ahí tenemos Old Boy, aunque éste prefería los martillos), lo enrevesado de las intrigas mafiosas y su larga duración hacen que la película pierda algo de fuelle y que la atención se vea mermada y con ello su efectividad, a lo que se suma que el descubrimiento de la razón última de tanta violencia pueda resultar decepcionante. O quizá es que no tenía yo el día (que no lo tenía)y mi cerebro alcanzó el tope de violencia que es capaz de asimilar. Otros, más sádicos (sólo en su imaginación y en cine, que conste, o eso espero), saldrán encantados.

  En todo caso, más  violentas y pornográficas y dañinas resultan las dictaduras que abocan a realidades desconocidas como las que esta película refleja. Por muchos oropeles y mitologías con que las quieran adornar.

P.S.: Aviso, el porqué del título nunca queda claro, el director sentía que debía ser ése y no lo pensó mucho más, según sus propias palabras.
  

lunes, 2 de enero de 2012

EL TOPO (El eterno retorno)





Título original: Tinker, tailor, soldier, spy. 
Dirección:Tomas Alfredson
Año: 2011.
Duración: 127 min. 
Interpretación: Gary Oldman (George Smiley), Colin Firth (Bill Haydon), Tom Hardy (Ricki Tarr), John Hurt (Control), Mark Strong  (Jim Prideaux), Benedict Cumberbatch (Peter Guillam), Stephen Graham (Jerry Westerby), Ciarán Hinds (Roy Bland), Toby Jones (Percy Alleline), David Dencik  (Toby Esterhase). 
Guion: Bridget O’Connor y Peter Straughan; basado en la novela homónima de John le Carré.


  Hace apenas unos días, el 25 de diciembre, se cumplieron 20 años de la desintegración de la Unión Soviética. Dicha celebración coincidió con las manifestaciones más grandes que se recuerdan en Rusia desde hace décadas contra el presunto (y ponemos presunto como mero formalismo) fraude electoral de Putin en las elecciones. La Guerra Fría hace mucho que acabó, pero sus efectos se dejan sentir todavía hoy. Quizá por eso, una película como ésta que aquí reseñamos (estrenada en España dos días antes del aniversario antes citado), ambientada en plena Guerra Fría, en los 70, pudiera parecer obsoleta y anacrónica, pero lo que nos cuenta es de una gran vigencia.

 El fracaso de una misión espacial en Hungría desencadena un cambio en la cúpula de mando de los servicios británicos. Uno de los defenestrados es el agente George Smiley. Cuando Smiley ya se ha hecho a la idea del retiro, le encargan una misión especial. Hay sospechas de que un “topo” está infiltrado entre las altas instancias del Servicio y sólo alguien de fuera puede descubrirlo. Con ayuda de otros retirados y de algún agente fiel, Smiley irá recabando información y encajando las piezas que le lleven al traidor. Por el camino encontrará historias de traición, ambición y mentiras.

  Estamos ante una película de espías, eso está claro. Pero no es "Misión Imposible" ni nada que se le parezca. Esta película hace gala de un ritmo pausado, alejado del tono frenético de la saga James Bond, y, sin embargo, es esta misma cadencia tranquila y desusada la que genera esa tensión tan fría y enrarecida que compartía la anterior película del director, la excelente historia de amor vampírico-infantil "Déjame entrar"La historia en sí, no cuenta nada que no se haya contado antes en una película de espionaje, y uno acaba perdido entre tanta trama y nombre y corporación enemiga y misones diversa y movimientos de ajedrez, como en toda película basada en un relato de ese antiguo espía llamdado John Le Carré. Lo que la hace única es ese estilo tan personal del director y su dirección sobria pero maestra  (subrayada por la maravillosa música compuesta por Alberto Iglesias) hasta despertar la admiración del espectador entendido, para realizar una reflexión sobre el alma humana.

  No es tanto, pues, una película de acción como de personajes, de sus intrigas, de sus pensamientos y motivaciones que les llevan a cometer sus actos. Estos personajes, como en la vida real, no son planos, no hay buenos ni malos, tan sólo espías que hacen su trabajo, un trabajo muy sucio. Espías magníficamente interpretados por un elenco sin fisuras repleto de grandes nombres, desde el siempre magnífico y cada vez más superlativo Colin Firth, pasando por el despreciable Toby Jones, el efectivo Jim Prideaux, el impresionante John Hurt... Sin olvidar a Tom Hardy en un papel no muy grande pero crucial e intenso. Sin embargo, es Gary Oldman quien se lleva la palma. Uno de los actores más camaleónicos del cine, que nos ha regalado personajes tan histriónicos como el agente Stanfield de "Léon (El profesional)", el malvado Jean-Baptiste Emanuel Zorg de "El quinto elemento" o el narcotraficante Drexl Spivey de "Amor a quemarropa" hace una interpretación magistral como el agente Smiley, trasunto del propio Le Carré, con una economía de gestos tras la cual transmite la personalidad de un hombre fiel a sus principios, aun cuando éstos puedan no ser los correctos según cambie el signo de los tiempos. Un hombre íntegro al que uno confiaría su vida, aun sabiendo que pueda matarte.

  Si algo aprendemos de esta película es que nada es lo que parece. Y esto era así antes y después de los tiempos de la Guerra Fría. Mercedes Sosa tenía razón, Todo cambia, pero la esencia sigue. El mundo quizá no sea tan diferente a como era, quizá no cambiemos tanto como creemos, quizá no cambiemos y punto. O quizá sí. (La duda siempre cambia y es la misma.)