Dirección: Ken Scott.
Año: 2011.
Duración: 103 min.
Interpretación: Patrick Huard (David/Starbuck), Julie LeBreton (Valérie), Antoine Bertrand, Dominic Philie, Marc Bélanger, Igor Ovadis.
Guion: Ken Scott y Martin Petit.
Sinopsis: Fruto de sus donaciones de esperma
veinte años atrás, David Wosniak descubre que es padre biológico de 533 hijos y
de ellos, 142 se han puesto de acuerdo y quieren conocerle. Para ello han
emprendido acciones legales encaminadas a que se desvele la identidad del
hombre al que sólo conocen por su seudónimo: “Starbuck”.
Antes de que empiecen a calificar de imposible e inverosímil el argumento de esta película (¡533 hijos!), quisiera saber si conocen el caso de ese hombre que dona su semen a través de su propia web y que, de seguir así, podría ir a la cárcel. O aquella otra noticia sobre el director de una clínica de fertilidad que inseminó con su propio esperma a a muchas de sus clientas y podría ser el padre de 600 hijos. Son tan sólo dos noticias que se suman a tantas otras del mismo cariz y que hacen plantearse los controles que este tipo de clínicas emplea con sus donantes. No pretende el director decir que esto sea lo común, pero tampoco nos presenta su historia como algo descabellado. La realidad supera a la ficción, ya se sabe.
Lo interesante de esta agradable película canadiense que se ve con sumo gusto, es su reflexión sobre la paternidad en estos
tiempos en que los hombres pueden ver reducida su responsabilidad procreadora a
una masturbación. La ciencia y los nuevos tiempos ponen a la Humanidad en
nuevas tesituras que no dejan de ser las mismas e intemporales cuitas de
siempre: las relaciones
paterno-filiales, la responsabilidad para con los hijos, etc. En esta misma
línea podría inscribirse la reciente “Los chicos están bien”,
por ejemplo. Claro que la peculiaridad de esta cinta que nos ocupa es el
ingente número de hijos y cómo el personaje principal, un transportista con síndrome de
Peter Pan, lidia con semejante progenie.
El protagonista, interpretado con un medido equilibrio entre la comicidad y el drama
por Patrick Huard (Premio al Mejor Actor
en la pasada Seminci), descubre el sentido de su vida en una paternidad que
siempre ha evitado por cuanto tiene de responsabilidad. Se dedica a espiar a
algunos de sus hijos y es ahí donde la película se vuelve coral, si bien deja
muchas de estas historias deslavazadas y desdibuja a algunos de sus personajes,
que han creado una asociación idílica en la que el protagonista se integra tras
una identidad falsa. Se puede achacar tanto a esta asociación, como a los
personajes y a sus relaciones de cierto idealismo, de cierta inverosimilitud en todo ese buenismo que destilan (esta vez
sí) pero la cinta nunca esconde su pretensión de ser, por encima de todo, una comedia amable que entre sus logrados
chistes (no todos bienintencionados) encierra algunos toques dramáticos bien
encajados.
La conclusión podría ser que la paternidad es
siempre difícil (ya se tengan uno, dos o quinientos hijos) pero también puede
ser una de las más maravillosas
responsabilidades que la vida nos depare.
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