A mi amiga
Adriana Martín de Aguilera
Uno de los mejores finales de la historia de la televisión. Si no el mejor.
Tenía que acabar así, no podía ser de otra forma. Conmovedor como pocos, sobre todo si se han seguido las peripecias de esta particular familia y la funeraria que regentan, si uno se ha encariñado con ellos. Debemos conocer su fin, como sabemos el de sus "clientes".
Este final nos hace sentir su falta, la amarga sensación que provoca la pérdida y la conciencia de lo inevitable, y aún es más, la conciencia de que debemos aceptar lo inevitable. Porque no nos queda otra, porque siempre ha de haber un final, ya sea en el cine, la televisión, o la vida.
Aunque no nos guste. Aunque nos neguemos a aceptarlo. Esto que llamamos vida, esta poca cosa o esta enormidad (que decía Rosa Montero en la impresionante columna Una vida que escribió el día después de la muerte de su pareja, Pablo Lizcano)es así. Podemos y debemos luchar contra ella, pero ella es así.
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