Para felicitar el día de Reyes, aporto mi personal regalo en forma de escena deliciosa efectuada por un rey del cine. Además, en ella el protagonista también juega, como muchos niños hoy con sus regalos nuevos. Eso sí, sigo sin ser original: podría haber escogido entre muchas de las maravillosas escenas de la película, como el conmovedor y humanista discurso final, de obligado visionado para aspirantes a políticos y no sólo a ellos. O ese otro discurso maravilloso en un idioma inventado y sospechosamente parecido al alemán, ejemplo de su prodigiosa comicidad física y homenaje al cine mudo, que creía superior al sonoro, pues en su opinión perdería expresividad al emplear el sonido.
Pero escojo la escena más conocida de la película, en la que, sin necesidad de palabras nos deja clara la personalidad de un dictador infantiloide que juega con el mundo a su antojo, literalmente, y además de una belleza exquisita y delicada.
Chaplin dirigió esta comedia en 1940, para condenar el nazismo, cuyos estragos y voracidad imperialista habían comenzado a asolar Europa y más tarde el mundo. Aún no se conocían todas las atrocidades que se llevaron a cabo, ni los campos de exterminio, ni la limpieza étnica. Tiempo después, Chaplin reconoció que de haberlo sabido, no habría realizado la película.
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