Título original: Changeling
Dirección: Clint Eastwood.
Duración: 141 min.
Interpretación: Angelina Jolie (Christine Collins), John Malkovich (reverendo Gustav Briegleb), Jeffrey Donovan (capitán J.J. Jones).
Después de ver esta película, uno se acuerda de aquel País de Nunca Jamás donde vivía Peter Pan junto a los Niños Perdidos, niños que como él se negaban a crecer para no convertirse en adultos despreciables. Estos niños son felices en su infancia perpetua, despreocupados, alejados de la disciplina de los padres. Y uno se pregunta dónde están sus padres. Y sus madres, que seguramente los buscan desesperadas, pues son niños perdidos. Parece que Clint Eastwood haya querido mostrar la dolorosa singladura de una de estas madres, huérfana de hijo a la fuerza, al llevar a la pantalla un suceso real ocurrido en Los Ángeles (Estados Unidos) durante los años 20.
Christine Collins, madre soltera, se despide de Walter, su hijo de nueve años, para acudir a su trabajo de operadora telefónica. Cuando regresa, su hijo no está. Denuncia la desaparición a la Policía. Cinco meses más tarde, la Policía asegura haber encontrado al niño y organiza un reencuentro público entre madre e hijo. Pero Christine asegura que ese niño no es su hijo Walter e insiste en que se siga buscando a su verdadero hijo. Su enfrentamiento contra el sistema policial revelará la corrupción de la Policía al mismo tiempo que su salud mental es puesta en entredicho. En su búsqueda sólo tendrá el apoyo del reverendo Gustav Briegleb.
Como ya hiciera en “Mystic River”, Eastwood muestra la corrupción de los agentes sociales a la par que una historia de suspense en la que se ven envueltos el asesinato, el horror y la infancia. A medida que la trama avanza, cobra más peso la horripilante historia criminal que envolvió las desapariciones de varios niños durante los felices años veinte. De esa manera asistimos a las escenas más duras de la cinta, no por lo que muestran (el director vuelve a mostrar otra vez la grandeza de su estilo sobrio y parco) sino por el horror que sugieren. También merecen destacarse las secuencias transcurridas en el manicomio donde es internada la protagonista, auténtico escenario pesadillesco donde el periplo de esa mujer incansable paradigma de la maternidad adquiere dimensiones kafkianas que recuerdan a relatos como aquél narrado en “El proceso” del célebre autor checo.
Imposible no destacar a Angelina Jolie en el que es su papel más intenso y emotivo hasta la fecha, su mejor interpretación sin duda, en la piel de esa mujer perteneciente por derecho a otras heroínas cinematográficas tan fuertes como frágiles. Exasperante, quizá, en la repetición constante de una única, pero demoledora frase: “No es mi hijo”. Ella es quien lleva todo el peso de la cinta, arropada por un plantel de buenos actores. El único pero es la larga duración del film que lo hace irregular en varias partes del relato, así como cierta planicie de los villanos y un poco de azúcar made in USA en el tramo final. O quizá, simplemente que nos estemos acostumbrando a la maestría del gran Clint, ese pésimo actor y excelso director, ya emparentado con los clásicos del cine.
Y, a pesar de todo, uno sigue la odisea de la protagonista con la desazón que da el saberse ante la contemplación de una historia real y temiéndose el desenlace de esa búsqueda del hijo desaparecido, pues los Niños perdidos nunca regresaban de un país llamado Nunca Jamás.
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