Impresionante escena de esta película, más valiosa por las interpretaciones de sus actores principales y por desmitificar y hacer un relato humano de la enfermedad del SIDA, que por la película en sí, que sin ser mala, ni mucho menos, no llega a la altura de otras obras del mismo director (después de El silencio de los corderos no queda sino caer).
En todo caso, es una de las películas más destacadas de los años 90 y cuenta con una de las interpretaciones más aplaudidas de la Historia, con un Tom Hanks en estado de gracia, increíble actor cuyo empeño por ser el hombre estadounidense modélico, el marido perfecto, campechano sin mácula, me resulta un poco cargante (su homólogo español, salvando las insalvables distancias sería Ramón García, ese hombre querido por todos y del que nadie sabe qué piensa realmente). De cualquier manera, su actuación en esta película y en esta escena en particular en sencillamente impresionante. La intensidad con la que su personaje se agarra a una vida que sabe que se le escapa al mismo tiempo que lucha por su dignidad queda magníficamente retratada en esta escena que usa la música como conductor de las emociones y pensamientos íntimos del protagonista, tomando prestada la voz de Maria Callas (y también de Bruce Spingsteen, cuya canción "Streets of Philadelphia", compuesta para la película, ganó el óscar, así como Tom Hanks).
Poco más se puede pedir.
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