Título original: Les fils à Jo.
Dirección y guion: Philippe Guillard.
Año: 2010.
Duración: 95 min.
Interpretación: Gérard Lanvin (Jo Canavaro), Olivier Marchal, Vincent Moscato (Pompon), Jérémie Duvall (Tom), Karina Lombard (Alice Hamilton).
Nieto de una leyenda del rugby, hijo de una leyenda y él mismo una leyenda del rugby, Jo Canavaro cría solo a su hijo de 13 años, Tom, en un pueblecito del Tarn. Para desgracia de Jo, Tom es tan bueno en matemáticas como inútil en el terreno de juego. Pero para un Canavaro la leyenda no puede quedarse ahí, aunque haya que montar un equipo de rugby para Tom contra la voluntad de todo el pueblo y de la de su propio hijo.
La originalidad parece ser que el deporte salvador que redime a los protagonistas y les lleva a realizar sus sueños es el rugby, deporte de mucho más calado en Francia (es una potencia, ganado incluso mundiales) que en España. A mí, sinceramente, este tipo de películas con temática deportiva, por lo general, no me emociona especialmente, o no más que el resto. Y además, acuso ya cierto cansancio y desgana para con este tipo de tramas, y creo que no soy el único (por lo que se agradecen ciertas desviaciones, aun dentro de las convenciones, como fuera la reciente "Moneyball"). En el caso de esta película que no destaca entre tantas otras, el amor al rugby, concebido como una enseñanza vital, formadora de la juventud, que da valores eternos, etcétera,nos viene de la mano de un antiguo jugador de rugby metido a director. Y hace un trabajo digno en cuanto dirección: los actores están correctos y disfrutan, la fotografía es correcta, la música está bien pensada, la historia está bien contada... Es una película correcta, vamos.
Aun así, reconozco que los franceses son unos maestros haciendo comedias sencillamente simpáticas, reconfortantes, de esas simples que atraen espectadores poco exigentes o que necesitan descansar de grandes y complejas historias (cosa imprescindible y casi diría que obligada, la de no ver exclusivamente cine de arte y ensayo, por propia salud mental) y que dejan buen sabor de boca, aunque luego uno se olvide de ellas a los cinco minutos.
Poco más, que (a veces y según como se tenga el ánimo) no es poca cosa.
Película agradable y poco más (que no es poco). Si no fuera por "Intocable", que ha supuesto un fenómeno social en Francia convirtiéndola en una de las películas más taquilleras de aquel país, estaríamos hablando de la comedia francesa del año (para nosotros, porque en Francia se estrenó ya hace tiempo). Si no fuera porque es francesa estaríamos hablando de la típica película que emiten en la sobremesa de los sábados: personajes amables y algo tópicos, un hombre todavía dolido por la muerte de sus esposa que descubre el amor al mismo tiempo que refuerza la relación con su hijo, al que no entendía, secundarios también amables (incluso hay uno medio retrasado, que siempre es más tierno), etc.
La originalidad parece ser que el deporte salvador que redime a los protagonistas y les lleva a realizar sus sueños es el rugby, deporte de mucho más calado en Francia (es una potencia, ganado incluso mundiales) que en España. A mí, sinceramente, este tipo de películas con temática deportiva, por lo general, no me emociona especialmente, o no más que el resto. Y además, acuso ya cierto cansancio y desgana para con este tipo de tramas, y creo que no soy el único (por lo que se agradecen ciertas desviaciones, aun dentro de las convenciones, como fuera la reciente "Moneyball"). En el caso de esta película que no destaca entre tantas otras, el amor al rugby, concebido como una enseñanza vital, formadora de la juventud, que da valores eternos, etcétera,nos viene de la mano de un antiguo jugador de rugby metido a director. Y hace un trabajo digno en cuanto dirección: los actores están correctos y disfrutan, la fotografía es correcta, la música está bien pensada, la historia está bien contada... Es una película correcta, vamos.
Aun así, reconozco que los franceses son unos maestros haciendo comedias sencillamente simpáticas, reconfortantes, de esas simples que atraen espectadores poco exigentes o que necesitan descansar de grandes y complejas historias (cosa imprescindible y casi diría que obligada, la de no ver exclusivamente cine de arte y ensayo, por propia salud mental) y que dejan buen sabor de boca, aunque luego uno se olvide de ellas a los cinco minutos.
Poco más, que (a veces y según como se tenga el ánimo) no es poca cosa.
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