sábado, 30 de junio de 2012

Yo me acuerdo de... El amante menguante (Pedro Almodóvar, 2002)

 Quizá pueda sorprender que el título de esta entrada no sea "Yo me acuerdo de esa escena de... Hable con ella", película en la que está insertado este cortometraje. La razón es porque creo que esta maravillosa pieza cinematográfica tiene la bastante entidad como para defenderse a sí misma y ser considerada una obra aparte (que, eso sí, complementa la película), que, en mi opinión supera al film. Se enmarca así en ese conjunto de cortometrajes que Almodóvar inserta en sus películas o como contrapunto a ellas, y que integran, entre otros, "La concejala antropófaga", con una fantástica Carmen Machi, o algunos de los anuncios que insertaba en sus primeras películas, como el de café de "¿Qué he hecho yo para merecer esto?", el del detergente "Ecce Homo" de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" o el del plan de jubilación de "Átame".

  Como muchos españoles, mantengo una relación tirante con el cine de Almodóvar, y me carga que sea el único director español que sepan citar en el extranjero y esa devoción sin reparos que le tienen; pero hay que reconocer que ha puesto la cinematografía española a un nivel internacional que, por lo general, no había tenido hasta antes de él. 

 La mayoría de sus películas, sin disgustarme, no terminan de convencerme y algunas me han horrorizado, o partes de algunas. Pero, cosa rara, hay películas suyas que en un primer visionado no me gustaron y a las que luego he vuelto repetidamente y me han emocionado. Es el caso de "Todo sobre mi madre", posiblemente su mejor película. Lo que sí se le debe reconocer, en todo caso, es un estilo único y reconocible (hasta el punto de acuñar el adjetivo "almodovariano", que no me extrañaría que acabara incluido algún día en el diccionario) y una maestría y refinamiento estéticos innegables, de las que esta "Hable con ella" y este corto son el culmen.

 "El amante menguante" se adelantó a la reciente revisitación del cine mudo encarnada por "The Artist". Su elegancia y belleza para condensar en tan poco tiempo un episodio tan repugnante como una violación (aun con los atenuantes que se nos plantean al saber la especial relación del complicado personaje interpretado por Javier Cámara y la bailarina en coma Leonor Watling), tuvieron gran peso en ese Óscar al Mejor Guión Original que consiguió el manchego por este film. 


sábado, 23 de junio de 2012

LA HABITACIÓN DE FERMAT (Cuando la inteligencia es un problema)



Dirección y guión: Luis Piedrahita y Rodrigo Sopeña
Año: 2007
Duración: 114 min.
Interpretación: Federico Luppi (Fermat), Lluís Homar (Hilbert), Alejo Sauras (Galois), Elena Ballesteros (Oliva), Santi Millán (Pascal).

  Sinopsis: Cuatro matemáticos muy dispares son citados por un misterioso personaje, Fermat, con la excusa de resolver un enigma. El punto de encuentro es una misteriosa habitación que se revela como una trampa mortal, pues los protagonistas han de resolver una serie de acertijos para evitar morir aplastados por las paredes móviles del cuarto, que mengua conforme pasa el tiempo. Entretanto, quedarán al descubierto las relaciones que los unen y los turbios pasados de unos y otros.

 Lo primero que vemos es un fundido en negro. Entonces, se escucha la voz de Alejo Sauras, advirtiéndonos: si no sabemos lo que son los números primos, mejor que nos vayamos. Semejante inicio nos intriga, pero nos hace temer lo peor, ante la perspectiva de encontrarnos ante una película de difícil digestión como “Primer”, por ejemplo. No es así, es un engaño; como todo en esta cinta, incluido el título.
  
 A pesar de su planteamiento teatral, no estamos ante una película de arte y ensayo: la ambición del film no es más que entretener. Es esta falta de pretenciosidad su mejor cualidad, elogiable, pues habría sido muy fácil plagar la trama de efectismos fáciles y huecos, dado que el tema de las matemáticas se presta a ello. Éstas no son más que un mecanismo accesorio y atractivo para introducirnos en el juego de ilusionismo que es este “thriller de interior”, como lo definen sus directores.

 La película es eficaz en su uso de los elementos narrativos para crear intriga y tensión crecientes, sin escatimar unos acertados toques humorísticos. Contribuyen a tal fin un guión tan inteligente como tramposo (ahora no es un halago: algunas situaciones están un poco forzadas), un atractivo cuarto menguante que es un personaje más de la película, y una ágil dirección, así como unos actores entregados a sus papeles. Entre todos ellos destacan Federico Luppi, cuyo personaje es el más enigmático de todos y no por las razones que pensamos en un principio; y Lluís Homar, fantástico como matemático sibarita. El resto del elenco, conocido por sus trabajos televisivos, se muestra solvente en sus interpretaciones y aprovecha las escenas de lucimiento que les reserva el guión, sobretodo Alejo Sauras, que es el quien ofrece la interpretación más floja.

 No estamos ante una película redonda, pero garantiza hora y media de buen entretenimiento.

miércoles, 13 de junio de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... Soldados de Salamina (David Trueba, 2003)

    Esta vez, van a ser dos escenas a recordar de esta interesante película, merecedora de más reconocimientos de los que finalmente tuvo. 

  En ella encontramos una escena  que se cuenta entre las más recordadas del cine español de la pasada década, es un homenaje, en la figura de ese soldado casi niño que acaba salvando del fusilamiento a quien debía ser su enemigo, Rafael Sánchez Mazas, es un homenaje, decía, a esos buenos sentimientos que proclamó el director al describir el film: la película trata de la soledad, de la recuperación de las ganas de vivir y de los buenos sentimientos como razones para seguir viviendo. 

  
  Sin entrar en consideraciones políticas a las que este país siempre está dispuesto a agarrarse a la mínima con tal de partirse la cara, se trata de una buena escena y de una buena reivindicación. La de la luz, aunque sea mínima, en la oscuridad; la de las buenas acciones desinteresadas que no tienen mayores consecuencias, en mitad de una guerra atroz. Porque todas las guerras son una putada, una salvajada, a veces más para unos que para otros, es verdad, pero en todas las guerras se mata impunemente, porque en las guerras la gente se mata, como dice el personaje de Ariadna Gil a ese anciano interpretado por Joan Dalmau y que bien podría ser ese niño soldado, pues con su magnífico y conmovedor monólogo también nos da una razón para seguir viviendo.


  Por último, decir que la canción que canta el soldado y que se convierte en el tema principal de la banda sonora del film es el famoso pasodoble "Suspiros de España", versionado magníficamente por  Diego El Cigala, y que afianzó aún más su popularidad tras su maravilloso disco "Lágrimas negras". De este pasodoble, dijo el escritor Fernando Sánchez Dragó, que debería ser instaurado como himno español, propuesta a la que me uno.

miércoles, 6 de junio de 2012

LAS CHICAS DE LA 6ª PLANTA (Arriba y abajo)


 
Título original: Les femmes du 6ème étage.
Dirección: Philippe Le Guay. 
Año: 2010.
Duración: 104 min.
Interpretación: Fabrice Luchini (Jean-Louis), Sandrine Kiberlain (Suzanne), Carmen Maura (Concepción Ramírez), Natalia Verbeke (María), Lola Dueñas (Carmen), Berta Ojea (Dolores), Nuria Solé (Teresa), Concha Galán (Pilar).
Guion: Philippe Le Guay y Jérôme Tonnerre.

  Resulta curioso cómo todo vuelve para desvelar que, finalmente, no hemos cambiado tanto. Nos pensábamos que éramos un país rico y al final somos lo que casi siempre hemos sido: un país de emigrantes. Hoy, como hacíamos en los cincuenta y sesenta, nos vamos a Sudamérica, a Inglaterra, a Alemania y a Francia. Las protagonistas de esta película -mujeres españolas que se fueron solas a un París hostil para trabajar como bonnes, como sirvientas, sin saber francés (en Francia, cuando alguien habla mal francés se dice que lo habla "como una vaca española")- parecen cosa del pasado y no lo son: son nuestro presente, que nos equipara con aquellas otras sirvientas que contratábamos cuando teníamos dinero y nos comportábamos como siempre nos comportamos los españoles cuando tenemos dinero: como nuevos ricos.

  Ésta es la primera lectura que uno hace de esta amable y simpática comedia con leves toques dramáticos. Una lectura no pretendida por el director, sino aportada por los tiempos y las circunstancias que corren. El film no tiene más pretensión que la de crear una sonrisa en la cara del espectador, a lo más, ser un canto a la solidaridad femenina en tiempos difíciles. Lo consigue gracias a unas magníficas y estupendas actrices que dotan de vida al grupo de criadas semianalfabetas que viven en una sexta planta sin ascensor (piso donde habitualmente se encontraban en Francia los minúsculos cuartos del servicio, las chambres de bonne, ahora alquilados a precios astronómicos a estudiantes Erasmus o emigrantes). La visión que de ellas y de España ofrece el guión es tópica e idealizada: los típicos personajes de buen corazón, sin más escuela que una vida que les ha maltratado y que sin embargo dan una lección de vida y esperanza a sus patronos, personajes ricos y antipáticos a los que descubren las cosas buenas de la vida. Si se sabe dejar esto de lado y, simplemente, uno se dedica a disfrutar de la naturalidad y encanto que emana el elenco de actrices españolas, casi se diría que almodovariano. Aunque la protagonista es una solvente Natalia Verbeke, las que se llevan la palma son Lola Dueñas y Carmen Maura, ésta última ganadora del César a la Mejor Secundaria por este papel, aunque bien podría haberlo merecido cualquiera de las otras. A su lado, Fabrice Luchini interpreta el contrapunto estirado y cómico que tan bien sabe hacer, aunque ya canse verle hacer casi siempre lo mismo y ver cómo lo emparejan inverosímilmente con guapas y jóvenes actrices.

 Un más que agradable entretenimiento, una típica comedia inofensiva de ésas que los franceses hacen tan bien. Y, merced a estos tiempos, una sonrisa viendo una historia de nuestro pasado, tan parecida a nuestro presente.