Título original: The cold light of day.
Dirección:Mabrouk El Mechri.
Año: 2012.
Duración: 93 min.
Interpretación: Henry Cavill (Will), Sigourney Weaver (Carrack), Bruce Willis (Martin), Verónica Echegui (Lucía), Jim Piddock, Caroline Goodall, Rafi Gavron, Emma Hamilton.
Guion: Scott Wiper y John Petro.
“La fría luz del día” (nunca sabremos el porqué de este título, que nada tiene que ver con la trama) nos cuenta la historia de Will Shaw, un joven norteamericano cuya familia es secuestrada cuando se encuentran en plenas vacaciones por España. Shaw dispone de pocas horas para encontrarlos, poner al descubierto una conspiración del gobierno y además encontrar la conexión existente entre la desaparición de su familia y los secretos de su padre.
Es decir, película de acción entretenida y olvidable como se han hecho miles. Con Bruce Willis haciendo lo que mejor sabe hacer, y un protagonista guapo y mínimamente expresivo. De entre el elenco actoral, la única que destaca es Sigourney Weaver: perversa y fría, dota de personalidad a su personaje sin olvidar que a fin de cuentas se trata de una película de acción. Efectiva en su ejecución sin pretensiones, es la película ideal para una tarde de domingo sin nada mejor que hacer y en que no nos sintamos muy exigentes o para verla en casa con los amigotes mientras se comentan entre carcajadas las diferentes escenas que tienen lugar en Madrid.
Porque el mayor aliciente para el público español (y más concretamente que conozca Madrid) es que la película se desarrolla casi en su totalidad en la capital. Resulta curioso, pues, contemplar cómo una trama de corrupción política y terrorismo islámico que tan habituados estamos a ver en las calles de Manhattan, tenga como escenarios la estación de metro de Pitis, El Rastro, y un largo etcétera de lugares. Esto da pie a situaciones que nunca imaginaríamos, como que Bruce Willis y Sigourney Weaver se reúnan en la Plaza Ramón y Cajal, frente a la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, por ejemplo.
Sin duda, este tipo de cosas dotan a la película de un encanto mundano, cañí, tan sólo apreciable por los españoles, que se reirán de lo lindo con la imaginativa disposición de las calles que se muestra en la película. El protagonista corre tan rápido que, de un segundo a otro, pasa de la Plaza Mayor al Jardín Botánico (imposible: se tardan 19 minutos a pie, según Google Maps); los protagonistas se bajan en la estación de Puerta del Sol, convertida en la estación de Atocha, pero la salida a la calle sí es en dicha plaza. Si fueran Nueva York o Kuala Lumpur, ni nos enteraríamos, por supuesto, pero da la casualidad que es Madrid, y nos damos cuenta.
Se podrá decir que esto el cine lo ha hecho siempre, que en el cine todo es mentira. Y es verdad, pero es inevitable no reírse con semejantes incoherencias. Como imposible es no reírse al ver que uno de los escenarios claves del film es la discoteca FABRIK (cuyo dueño es un esperpéntico Óscar Jaenada), lugar en el que una gogó, obligada a hacer una operación de urgencia, espeta: "¡Me la vas a liar parda!" (sic). Quizá por eso el protagonista se pase el resto de la película con una sospechosa camiseta de dicho local (no, no es coña).
Porque el mayor aliciente para el público español (y más concretamente que conozca Madrid) es que la película se desarrolla casi en su totalidad en la capital. Resulta curioso, pues, contemplar cómo una trama de corrupción política y terrorismo islámico que tan habituados estamos a ver en las calles de Manhattan, tenga como escenarios la estación de metro de Pitis, El Rastro, y un largo etcétera de lugares. Esto da pie a situaciones que nunca imaginaríamos, como que Bruce Willis y Sigourney Weaver se reúnan en la Plaza Ramón y Cajal, frente a la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, por ejemplo.
Sin duda, este tipo de cosas dotan a la película de un encanto mundano, cañí, tan sólo apreciable por los españoles, que se reirán de lo lindo con la imaginativa disposición de las calles que se muestra en la película. El protagonista corre tan rápido que, de un segundo a otro, pasa de la Plaza Mayor al Jardín Botánico (imposible: se tardan 19 minutos a pie, según Google Maps); los protagonistas se bajan en la estación de Puerta del Sol, convertida en la estación de Atocha, pero la salida a la calle sí es en dicha plaza. Si fueran Nueva York o Kuala Lumpur, ni nos enteraríamos, por supuesto, pero da la casualidad que es Madrid, y nos damos cuenta.
Se podrá decir que esto el cine lo ha hecho siempre, que en el cine todo es mentira. Y es verdad, pero es inevitable no reírse con semejantes incoherencias. Como imposible es no reírse al ver que uno de los escenarios claves del film es la discoteca FABRIK (cuyo dueño es un esperpéntico Óscar Jaenada), lugar en el que una gogó, obligada a hacer una operación de urgencia, espeta: "¡Me la vas a liar parda!" (sic). Quizá por eso el protagonista se pase el resto de la película con una sospechosa camiseta de dicho local (no, no es coña).
Todos estos elementos convierten a esta rutinaria y previsible película de acción en una comedia inesperada; destinada a ser un clásico inmediato del cachondeo patrio, casi al mismo nivel que la Valencia llena de sudamericanos en ciclomotor a ritmo de flamenco de "The Unit" o Mac Gyver y su particular visión de los vascos.
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