El cine italiano está lejos de su época de máximo esplendor, aquella de los años cincuenta y sesenta, la del neorrealismo y la comedia all'italiana, con nombres como Mario Monicelli y Vittorio Gassman, y títulos como I soliti ignoti (titulada en España "Rufufú", quién sabe por qué; y eso que el título inglés tampoco se queda corto) o El ladrón de bicicletas, por citar los más conocidos de los autores antes citados. Tampoco ha vuelto a surgir un director de la talla, reconocimiento e importancia de Pasolini o Fellini. Sin embargo, si se sabe buscar y uno se interesa por la cultura de ese país maravilloso, se siguen encontrando directores y películas interesantes. Es el caso del bastante reconocido Nani Moretti con obras como La habitación del hijo o Habemus papam y del cada vez más laureado y conocido Paolo Sorrentino, de quien ya reseñamos su magnética y desconcertante Un lugar donde quedarse. Por mi parte, tengo especial querencia por Ferzan Özpetek, que a pesar de lo irregular de su carrera y de cierta repetición en los temas, firma obras tan conmovedoras como La ventana de enfrente y Hamam, el baño turco. A esta lista de directores a seguir se suman, desde hace poco tiempo, Luca Guadagnino, que llamó mi atención con la intensa y estética Yo soy el amor y Daniele Luchetti, que dirigió una gran película titulada como una gran canción de Rino Gaetano: Mi hermano es hijo único.
Así pues, alentado por esta última película, vi hace unos días otra película suya: La nostra vita, que narra la lucha por sobrevivir a la tristeza de un obrero de la construcción, padre de tres hijos pequeños que se queda viudo tras la muerte de su mujer en el parto del último retoño. Dirigida con personalidad y nervio, lo que más destaca de la cinta es, sin ninguna duda, su actor protagonista: un inmenso Elio Germano. Su interpretación es una de las más sinceras y dolorosamente humanas que recuerdo haber visto. Por ello, ganó el premio al mejor actor en Cannes, junto a Javier Bardem, que se lo llevó por Biutiful. Podría glosar más virtudes suyas pero creo que la siguiente escena lo dice todo.
Este hombre se encuentra en el funeral de su mujer. Suena la conmovedora canción de Vasco Rossi Anima fragile, una de las favoritas de la pareja, como pudimos ver durante los primeros minutos del film, en el que al ritmo de esta canción se sucedían escenas de amor cotidiano y feliz. En esta escena, este hombre canta, y se desgarra. Su interpretación es lo bastante elocuente, pero además, tenemos la letra de la canción:
E la vita continua/anche senza di noi/che siamo lontani ormai/da tutte quelle situazioni che ci univano/da tutte quelle piccole emozioni che bastavano/da tutte quelle situazioni che non tornano mai!/ Perché col tempo cambia tutto lo sai/cambiamo anche noi/ e cambiamo anche noi!
Hace apenas un mes canté esta misma canción con un amigo italiano en un coche que me llevaba al aeropuerto de Malpensa, después de tres emocionalmente intensos, agotadores y divertidos días pasados en Italia, a donde fui en viaje relámpago para celebrar junto a él y otros amigos, la vida de un amigo común, que ya no está. Cantamos esta canción, y lo hicimos sonriendo. Habíamos sobrevivido a la tristeza, y aprendido a convivir con la ausencia, y sonreíamos, precisamente porque sabíamos de la importancia de ser felices tras el estallido de la tragedia. Como Germano en la película, como todos. Porque la vida continúa, también sin nosotros.
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