martes, 10 de enero de 2012

Yo me acuerdo de... Rosa Montero, la ficción y los negros

  Por razones que desconozco, una columna titulada "El negro" que la escritora y periodista escribió en el diario El País hace más de seis años (concretamente el 17 de mayo de 2005), ha empezado a rondar estos días en las redes sociales, hasta alzarse como lo más leído hoy en la web del periódico,y coincidiendo con una nueva columna de la escritora sobre otro tema bien distinto. Es un caso curioso que ha venido repitiéndose en los últimos meses como ocurrió con la noticia sobre la comparecencia de Aquilino Polaino en el Senado a raíz de la legalización del matrimonio homosexual en 2005 o el artículo "Las ilusiones perdidas" de Concha Caballero que hablaba de esa nueva emigración española, la de los jóvenes licenciados españoles que no encuentran trabajo y han de marchar, publicada en 2010. Pero no es sobre lo cíclico de las noticias y su repercusión cambiante de lo que quiero hablar, sino de cómo esta columna guarda un sorprendente parecido con un famoso cortometraje, realizado varios años antes.

  Primero, la columna:

 Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.  
 Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

  Ahora, el corto:


  Como verán, la historia, salvo algunos detalles, es prácticamente idéntica. La mujer que se olvida los cubiertos, el hombre negro comiendo "su" comida, cómo finalmente la comparten, y la equivocación revelada al descubrir un objeto personal en una mesa situada justo detrás de aquélla en la que se ha comido. El cortometraje se titula "The Lunch Date", dirigido por Adam Davidson (prestigioso director de series de televisión) y que ganó el óscar al mejor cortometraje en 1991. También existe un cortometraje, mexicano y de menor calidad, con idéntica trama: "Buen provecho".


  Al parecer, esta historia ha conocido diferentes versiones de autoría imprecisa, aunque algunos sugieren que se trata en origen de un relato de Douglas Adams y han llegado a hablar incluso de plagio encubierto, afirmación con la que no estoy de acuerdo. Esta historia, real o no, bien pudo haber ocurrido y seguir ocurriendo. Y en el caso de que fuera ficticia, la creencia de aquellos que la han oído de que en efecto se trataba de una historia real la convierte en eso mismo, en realidad, como sucede con las leyendas urbanas; teoría ésta de la leyenda urbana por la que se decanta la autora en su perfil de Facebook.


 No sé si Rosa Montero sabe de la existencia de este cortometraje pero, en todo caso, no dudo de la veracidad de lo que cuenta (sea, repito, real o no la historia) ni tampoco que semejante coincidencia le agradará, ya que demostró su querencia por el juego de mezclar la realidad y la ficción en su libro "La loca de la casa", donde su vida real e imaginada eran indistinguibles pues no eran sino la misma cosa, esa tórrida historia de amor entre ella y su imaginación. 

  También espero que le guste porque este descubrimiento no hace sino refrendar sus observaciones sobre los prejuicios de los habitantes de países desarrollados hacia aquellos que vienen de países pobres, con una actitud paternalista que se encuentra tanto en muchachas alemanas como en ancianas ricas norteamericanas como en muchos de los programas de cooperación al desarrollo. Todos ellos, por muy intencionados que sean, caen en el ridículo, y, esperamos, aprenden de ello. Esta coincidencia no remarca lo cíclico de las noticias, sino la inamovilidad y atemporalidad de los prejuicios y cómo realidad y ficción están íntimamente unidas. Y también, que el ridículo se hace en todas partes y toda hora. En la ficción y en la realidad.


P.S.: Acabo de enterarme de que sí tiene noticia de este corto, pero lo escrito, escrito está.

2 comentarios:

  1. No sé porqué en "El Negro" la autora supone que en Alemania -por no decir Europa, por no decir España- si eres negro eres inmigrante. Y lo que no me creo es ese "silencio" entre ambos, que si bien forma parte del lenguaje cinematográfico, en la vida, en una situación auténtica como esa, puede llegar a ser muy incómodo. Ya lo decía un amigo: "El daño que hace el cine".

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  2. Yo también pensé lo mismo, que por qué supone la autora que el negro ha de ser inmigrante. Pero luego tuve que reconocer que quizá mi primer pensamiento, igual que el de la chica alemana, habría sido el mismo, aunque se hubiera evaporado al segundo. El silencio, es cinematográfico, sin duda, y quizá no muy creíble, pero el relato pretende ser moralizante, si no tienes ese silencio no tienes historia. Y a quién le importa que el cine no se parezca a la vida, de hecho, ¡menos mal que no se parece! Más razón que un santo tiene tu amigo, pero ojalá todo nos haga así de daño.

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