miércoles, 31 de octubre de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... "La nostra vita" (Daniele Luchetti, 2010)


  El cine italiano está lejos de su época de máximo esplendor, aquella de los años cincuenta y sesenta, la del neorrealismo y la comedia all'italiana, con nombres como Mario Monicelli y Vittorio Gassman, y títulos como I soliti ignoti (titulada en España "Rufufú", quién sabe por qué; y eso que el título inglés tampoco se queda corto) o El ladrón de bicicletas, por citar los más conocidos de los autores antes citados. Tampoco ha vuelto a surgir un director de la talla, reconocimiento e importancia de Pasolini o Fellini. Sin embargo, si se sabe buscar y uno se interesa por la cultura de ese país maravilloso, se siguen encontrando directores y películas interesantes. Es el caso del bastante reconocido Nani Moretti con obras como La habitación del hijo o Habemus papam y del cada vez más laureado y conocido Paolo Sorrentino, de quien ya reseñamos su magnética y desconcertante Un lugar donde quedarse. Por mi parte, tengo especial querencia por Ferzan Özpetek, que a pesar de lo irregular de su carrera y de cierta repetición en los temas, firma obras tan conmovedoras como La ventana de enfrente y Hamam, el baño turco. A esta lista de directores a seguir se suman, desde hace poco tiempo, Luca Guadagnino, que llamó mi atención con la intensa y estética Yo soy el amor y Daniele Luchetti, que dirigió una gran película titulada como una gran canción de Rino Gaetano: Mi hermano es hijo único

  Así pues, alentado por esta última película, vi hace unos días otra película suya: La nostra vita, que narra la lucha por sobrevivir a la tristeza de un obrero de la construcción, padre de tres hijos pequeños que se queda viudo tras la muerte de su mujer en el parto del último retoño. Dirigida con personalidad y nervio, lo que más destaca de la cinta es, sin ninguna duda, su actor protagonista: un inmenso Elio Germano. Su interpretación es una de las más sinceras y dolorosamente humanas que recuerdo haber visto. Por ello, ganó el premio al mejor actor en Cannes, junto a Javier Bardem, que se lo llevó por Biutiful. Podría glosar más virtudes suyas pero creo que la siguiente escena lo dice todo. 

  Este hombre se encuentra en el funeral de su mujer. Suena la conmovedora canción de Vasco Rossi Anima fragile, una de las favoritas de la pareja, como pudimos ver durante los primeros minutos del film, en el que al ritmo de esta canción se sucedían escenas de amor cotidiano y feliz. En esta escena, este hombre canta, y se desgarra. Su interpretación es lo bastante elocuente, pero además, tenemos la letra de la canción:
 E la vita continua/anche senza di noi/che siamo lontani ormai/da tutte quelle situazioni che ci univano/da tutte quelle piccole emozioni che bastavano/da tutte quelle situazioni che non tornano mai!/ Perché col tempo cambia tutto lo sai/cambiamo anche noi/ e cambiamo anche noi!


  
  Hace apenas un mes canté esta misma canción con un amigo italiano en un coche que me llevaba al aeropuerto de Malpensa, después de tres emocionalmente intensos, agotadores y divertidos días pasados en Italia, a donde fui en viaje relámpago para celebrar junto a él y otros amigos, la vida de un amigo común, que ya no está. Cantamos esta canción, y lo hicimos sonriendo. Habíamos sobrevivido a la tristeza, y aprendido a convivir con la ausencia, y sonreíamos, precisamente porque sabíamos de la importancia de ser felices tras el estallido de la tragedia. Como Germano en la película, como todos. Porque la vida continúa, también sin nosotros. 

sábado, 20 de octubre de 2012

EL DICTADOR (Puta la gracia)


Título original: The dictator. 
Dirección: Larry Charles.
Año: 2012. 
Interpretación: Sacha Baron Cohen (almirante general Haffaz Aladeen), Ben KingsleyJason MantzoukasAnna FarisMegan FoxJohn C. Reilly
Guion: Sacha Baron Cohen, Alec Berg, David Mandel y Jeff Schaffer.


  Sinopsis: “El dictador” nos cuenta la historia de un dictador que hace todo lo posible para que la democracia no llegue a su país. Rico en petróleo y bastante aislado, el estado norteafricano de Wadiya lleva siendo gobernado por el vehementemente antioccidental Aladeen.Por desgracia para Aladeen y sus consejeros, el muy vilipendiado Occidente ha comenzado a meter las narices en los asuntos de Wadiya, y las Naciones Unidas han sancionado repetidas veces al país en la última década. Y así, el general Aladeen y su séquito llegan a Nueva York, donde no son muy bien recibidos. 

  Tenía esta entrada escrita desde hacía meses, en concreto allá por el mes de julio, cuando se estrenó la película, pero ha sido hoy que me la he encontrado, a medio hacer, entre los borradores del blog. Es decir, olvidé completamente tanto la crítica como la película, lo que no dice nada bueno de esta última (y quizá tampoco de la primera). Debo confesar (sin mucha vergüenza) que ésta es la primera película que veo protagonizada por el conocido cómico Sacha Baron Cohen, especializado en dar vida a personajes excéntricos e incorrectos. No he visto ni Ali G, ni Brüno, ni siquiera la que le hizo mundialmente famoso: Borat. Tenía una cierta idea de lo que podía esperar, pero iba sin prejuicios y dispuesto a reírme. Bien, me reí, pero no tanto como creía y no precisamente porque los chistes fueran en su mayoría buenos, sino por su brutalidad. 

  Parece ser que en sus inicios, Baron Cohen hacía una especie de documentales paródicos en los que, haciendo gala de su gran vis cómica e incorrecta, introducía a sus estrambóticos e imposibles personajes en situaciones reales con personas reales. Estas personas, al no ser actores, actuaban como en realidad eran y dejaban así ver la verdadera cara de la sociedad norteamericana respecto a los inmigrantes árabes, como era el caso de "Borat". Mockumentary es el término que los estadounidenses han inventado para estas películas que se hacen pasar por documetales y cuyo propósito es hacer una crítica despiadada a través del humor. Bien, El dictador no sigue esta premisa argumental, sino que se trata de una ficción de principio a fin, y con ello pierde toda la gracia y la fuerza de su mensaje crítico -que lo tiene y muy sensato- pero queda completamente tapado por la falta de consistencia y la banalidad del guión: un conjunto de situaciones groseras que se suceden sin fin con el propósito de escandalizar a los más puristas. 

  Yo no me considero una persona conservadora ni fácilmente escandalizable, pero considero que hay temas que no admiten bromas. Y en caso de que hagas un chiste sobre un tema espinoso, por lo menos hazlo con clase. La película, por descontado, carece de clase alguna, y lo preocupante es que parece estar orgullosa de ello. 


martes, 25 de septiembre de 2012

Yo me acuerdo de... "Berlin", de Lou Reed


  Tras casi tres meses desde la última nota, reinicio la actividad de este blog. Las razones para este silencio vacacional son que durante estos últimos meses asistí a menos pases de prensa y, en última instancia, que no me apetecía escribir las críticas. No es que me cansara de ello, pero estaba (y sigo estando) escribiendo una historia que me ronda desde hace más de año y medio; una historia muy exigente emocionalmente que me quitaba bastantes energías, energías que dediqué casi exclusivamente a ella durante el último año y aún más durante los meses de verano. 

  Hay otra razón: me he mudado a Alemania, como Alfredo Landa y su Pepe. Es curioso cómo la historia se repite con los españolitos, aunque debemos reconocer que los mismo que emigramos no lo hacemos en las mismas condiciones que los que lo hicieran en los sesenta. El caso es que he empezado a trabajar en un proyecto cultural que me va a tener en el país germano por lo menos un año, aunque si la situación española sigue como hasta ahora y yo me encuentro igual de bien que en este momento, es probable que me quede más tiempo, si las circunstancias se dan, que uno nunca sabe. Durante este mes de septiembre me he centrado en adaptarme a este nuevo proyecto y a las rutinas y obligaciones que toda mudanza y cambio de vida conllevan. De paso, he aprovechado para descansar de mi proyecto literario y dejarlo reposar, y creo que a ambos (la historia y a mí) nos ha venido bien. 

  Mi nueva ciudad es Potsdam, preciosa y tranquila capital del land de Brandeburgo (sí, se escribe así), a apenas media hora en tren de Berlín, ciudad a la que siempre quise volver y vivir desde que la visité con dieciséis años. Últimamente vengo comprobando que hay muchísimas canciones dedicadas a esta ciudad (un buen número de ellas italianas, curiosamente). Elijo la que quizá sea la mejor y más conocida, ésta de Lou Reed con la que se estrenaba como solista al margen de la Velvet Underground. Irónicamente, es una canción de despedida a un amor intenso y real, el de su relación con la cantante Nico, a la que se ve al fondo de la imagen en el vídeo. 

  No sé qué será de este blog en los próximos meses, puesto que veré menos películas y escribiré menos críticas, quizá se convierta en algo más personal, aunque dudo que acabe siendo un diario de viaje pues nunca he tenido la paciencia suficiente para escribir un diario. Sea como sea, lo encaro como encaro esta nueva etapa y esta canción y a Berlín: como una oportunidad para despedirse y al mismo tiempo, epezar, continuar y vivir. 

sábado, 30 de junio de 2012

Yo me acuerdo de... El amante menguante (Pedro Almodóvar, 2002)

 Quizá pueda sorprender que el título de esta entrada no sea "Yo me acuerdo de esa escena de... Hable con ella", película en la que está insertado este cortometraje. La razón es porque creo que esta maravillosa pieza cinematográfica tiene la bastante entidad como para defenderse a sí misma y ser considerada una obra aparte (que, eso sí, complementa la película), que, en mi opinión supera al film. Se enmarca así en ese conjunto de cortometrajes que Almodóvar inserta en sus películas o como contrapunto a ellas, y que integran, entre otros, "La concejala antropófaga", con una fantástica Carmen Machi, o algunos de los anuncios que insertaba en sus primeras películas, como el de café de "¿Qué he hecho yo para merecer esto?", el del detergente "Ecce Homo" de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" o el del plan de jubilación de "Átame".

  Como muchos españoles, mantengo una relación tirante con el cine de Almodóvar, y me carga que sea el único director español que sepan citar en el extranjero y esa devoción sin reparos que le tienen; pero hay que reconocer que ha puesto la cinematografía española a un nivel internacional que, por lo general, no había tenido hasta antes de él. 

 La mayoría de sus películas, sin disgustarme, no terminan de convencerme y algunas me han horrorizado, o partes de algunas. Pero, cosa rara, hay películas suyas que en un primer visionado no me gustaron y a las que luego he vuelto repetidamente y me han emocionado. Es el caso de "Todo sobre mi madre", posiblemente su mejor película. Lo que sí se le debe reconocer, en todo caso, es un estilo único y reconocible (hasta el punto de acuñar el adjetivo "almodovariano", que no me extrañaría que acabara incluido algún día en el diccionario) y una maestría y refinamiento estéticos innegables, de las que esta "Hable con ella" y este corto son el culmen.

 "El amante menguante" se adelantó a la reciente revisitación del cine mudo encarnada por "The Artist". Su elegancia y belleza para condensar en tan poco tiempo un episodio tan repugnante como una violación (aun con los atenuantes que se nos plantean al saber la especial relación del complicado personaje interpretado por Javier Cámara y la bailarina en coma Leonor Watling), tuvieron gran peso en ese Óscar al Mejor Guión Original que consiguió el manchego por este film. 


sábado, 23 de junio de 2012

LA HABITACIÓN DE FERMAT (Cuando la inteligencia es un problema)



Dirección y guión: Luis Piedrahita y Rodrigo Sopeña
Año: 2007
Duración: 114 min.
Interpretación: Federico Luppi (Fermat), Lluís Homar (Hilbert), Alejo Sauras (Galois), Elena Ballesteros (Oliva), Santi Millán (Pascal).

  Sinopsis: Cuatro matemáticos muy dispares son citados por un misterioso personaje, Fermat, con la excusa de resolver un enigma. El punto de encuentro es una misteriosa habitación que se revela como una trampa mortal, pues los protagonistas han de resolver una serie de acertijos para evitar morir aplastados por las paredes móviles del cuarto, que mengua conforme pasa el tiempo. Entretanto, quedarán al descubierto las relaciones que los unen y los turbios pasados de unos y otros.

 Lo primero que vemos es un fundido en negro. Entonces, se escucha la voz de Alejo Sauras, advirtiéndonos: si no sabemos lo que son los números primos, mejor que nos vayamos. Semejante inicio nos intriga, pero nos hace temer lo peor, ante la perspectiva de encontrarnos ante una película de difícil digestión como “Primer”, por ejemplo. No es así, es un engaño; como todo en esta cinta, incluido el título.
  
 A pesar de su planteamiento teatral, no estamos ante una película de arte y ensayo: la ambición del film no es más que entretener. Es esta falta de pretenciosidad su mejor cualidad, elogiable, pues habría sido muy fácil plagar la trama de efectismos fáciles y huecos, dado que el tema de las matemáticas se presta a ello. Éstas no son más que un mecanismo accesorio y atractivo para introducirnos en el juego de ilusionismo que es este “thriller de interior”, como lo definen sus directores.

 La película es eficaz en su uso de los elementos narrativos para crear intriga y tensión crecientes, sin escatimar unos acertados toques humorísticos. Contribuyen a tal fin un guión tan inteligente como tramposo (ahora no es un halago: algunas situaciones están un poco forzadas), un atractivo cuarto menguante que es un personaje más de la película, y una ágil dirección, así como unos actores entregados a sus papeles. Entre todos ellos destacan Federico Luppi, cuyo personaje es el más enigmático de todos y no por las razones que pensamos en un principio; y Lluís Homar, fantástico como matemático sibarita. El resto del elenco, conocido por sus trabajos televisivos, se muestra solvente en sus interpretaciones y aprovecha las escenas de lucimiento que les reserva el guión, sobretodo Alejo Sauras, que es el quien ofrece la interpretación más floja.

 No estamos ante una película redonda, pero garantiza hora y media de buen entretenimiento.

miércoles, 13 de junio de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... Soldados de Salamina (David Trueba, 2003)

    Esta vez, van a ser dos escenas a recordar de esta interesante película, merecedora de más reconocimientos de los que finalmente tuvo. 

  En ella encontramos una escena  que se cuenta entre las más recordadas del cine español de la pasada década, es un homenaje, en la figura de ese soldado casi niño que acaba salvando del fusilamiento a quien debía ser su enemigo, Rafael Sánchez Mazas, es un homenaje, decía, a esos buenos sentimientos que proclamó el director al describir el film: la película trata de la soledad, de la recuperación de las ganas de vivir y de los buenos sentimientos como razones para seguir viviendo. 

  
  Sin entrar en consideraciones políticas a las que este país siempre está dispuesto a agarrarse a la mínima con tal de partirse la cara, se trata de una buena escena y de una buena reivindicación. La de la luz, aunque sea mínima, en la oscuridad; la de las buenas acciones desinteresadas que no tienen mayores consecuencias, en mitad de una guerra atroz. Porque todas las guerras son una putada, una salvajada, a veces más para unos que para otros, es verdad, pero en todas las guerras se mata impunemente, porque en las guerras la gente se mata, como dice el personaje de Ariadna Gil a ese anciano interpretado por Joan Dalmau y que bien podría ser ese niño soldado, pues con su magnífico y conmovedor monólogo también nos da una razón para seguir viviendo.


  Por último, decir que la canción que canta el soldado y que se convierte en el tema principal de la banda sonora del film es el famoso pasodoble "Suspiros de España", versionado magníficamente por  Diego El Cigala, y que afianzó aún más su popularidad tras su maravilloso disco "Lágrimas negras". De este pasodoble, dijo el escritor Fernando Sánchez Dragó, que debería ser instaurado como himno español, propuesta a la que me uno.

miércoles, 6 de junio de 2012

LAS CHICAS DE LA 6ª PLANTA (Arriba y abajo)


 
Título original: Les femmes du 6ème étage.
Dirección: Philippe Le Guay. 
Año: 2010.
Duración: 104 min.
Interpretación: Fabrice Luchini (Jean-Louis), Sandrine Kiberlain (Suzanne), Carmen Maura (Concepción Ramírez), Natalia Verbeke (María), Lola Dueñas (Carmen), Berta Ojea (Dolores), Nuria Solé (Teresa), Concha Galán (Pilar).
Guion: Philippe Le Guay y Jérôme Tonnerre.

  Resulta curioso cómo todo vuelve para desvelar que, finalmente, no hemos cambiado tanto. Nos pensábamos que éramos un país rico y al final somos lo que casi siempre hemos sido: un país de emigrantes. Hoy, como hacíamos en los cincuenta y sesenta, nos vamos a Sudamérica, a Inglaterra, a Alemania y a Francia. Las protagonistas de esta película -mujeres españolas que se fueron solas a un París hostil para trabajar como bonnes, como sirvientas, sin saber francés (en Francia, cuando alguien habla mal francés se dice que lo habla "como una vaca española")- parecen cosa del pasado y no lo son: son nuestro presente, que nos equipara con aquellas otras sirvientas que contratábamos cuando teníamos dinero y nos comportábamos como siempre nos comportamos los españoles cuando tenemos dinero: como nuevos ricos.

  Ésta es la primera lectura que uno hace de esta amable y simpática comedia con leves toques dramáticos. Una lectura no pretendida por el director, sino aportada por los tiempos y las circunstancias que corren. El film no tiene más pretensión que la de crear una sonrisa en la cara del espectador, a lo más, ser un canto a la solidaridad femenina en tiempos difíciles. Lo consigue gracias a unas magníficas y estupendas actrices que dotan de vida al grupo de criadas semianalfabetas que viven en una sexta planta sin ascensor (piso donde habitualmente se encontraban en Francia los minúsculos cuartos del servicio, las chambres de bonne, ahora alquilados a precios astronómicos a estudiantes Erasmus o emigrantes). La visión que de ellas y de España ofrece el guión es tópica e idealizada: los típicos personajes de buen corazón, sin más escuela que una vida que les ha maltratado y que sin embargo dan una lección de vida y esperanza a sus patronos, personajes ricos y antipáticos a los que descubren las cosas buenas de la vida. Si se sabe dejar esto de lado y, simplemente, uno se dedica a disfrutar de la naturalidad y encanto que emana el elenco de actrices españolas, casi se diría que almodovariano. Aunque la protagonista es una solvente Natalia Verbeke, las que se llevan la palma son Lola Dueñas y Carmen Maura, ésta última ganadora del César a la Mejor Secundaria por este papel, aunque bien podría haberlo merecido cualquiera de las otras. A su lado, Fabrice Luchini interpreta el contrapunto estirado y cómico que tan bien sabe hacer, aunque ya canse verle hacer casi siempre lo mismo y ver cómo lo emparejan inverosímilmente con guapas y jóvenes actrices.

 Un más que agradable entretenimiento, una típica comedia inofensiva de ésas que los franceses hacen tan bien. Y, merced a estos tiempos, una sonrisa viendo una historia de nuestro pasado, tan parecida a nuestro presente.

lunes, 28 de mayo de 2012

LOS NIÑOS SALVAJES (Generación perdida)


Título original: Els nens salvatges.
Dirección: Patricia Ferreira.
Año: 2012. Duración: 97 min.
Interpretación: Marina Comas (Oki), Albert Baró (Gabi), Àlex Monner (Àlex), Aina Clotet (Julia), Clara Segura (Laura), Ana Fernández (Rosa), José Luis García Pérez (Antonio), Emma Vilarassau (directora), Francesc Orella (Ángel), Montse Germán (Elisa), Marc Rodríguez (Vicenç).
Guion: Patricia Ferreira y Virginia Yagüe.

Sinopsis: Àlex, Gabi y Oki son tres adolescentes que viven en una gran ciudad. Son unos desconocidos para sus padres, para sus profesores y para ellos mismos. ¿Qué pasaría si pudiéramos saber lo que están pensando y lo que querrían hacer? Su aislamiento emocional, llevado al extremo, tendrá consecuencias inesperadas.

  Sabrán, porque no paran de decirlo en los periódicos y los telediarios, que los jóvenes españoles de entre veinte y treinta años son una generación perdida. Las crisis económicas han pasado por encima de nosotros y han dinamitado nuestro futuro. Nadie cree en los jóvenes, y lo que es peor: los jóvenes no creen en sí mismos. Pocas cosas tan descorazonadoras como un joven que no tiene fe en el futuro.

  De esta juventud perdida y desorientada, sin futuro ni ideales, habla la nueva película de Patricia Ferreira, que con un giro temático y de estilo que la diferencia de sus anteriores trabajos ("Sé quién eres", "El alquimista impaciente", "Para que no me olvides"), ha realizado el mejor film de su carrera, que le ha valido ser el gran triunfador del último Festival de Málaga (Mejor película, mejor guión, mejores actores secundarios). Su inteligente guión es una aguda y amarga disección del maltrecho sistema educativo español, pasando por los profesores y los padres pero centrándose en los alumnos. Su mirada es objetiva y fría, no juzga, tan sólo expone las actitudes de una serie de personajes descarnadamente reales sumidos a las leyes de una sociedad de consumo, falta de valores, desentendida de esa bomba a punto de explotar que se esconde tras su superficie acomodaticia.

  Lo que vemos, entre el reconocimiento y el desasosiego, es una sociedad que parece condenada por sus propios vicios a perpetuar esta generación perdida. Los adolescentes protagonistas tienen quince años, son casi unos niños, pero tampoco ven un futuro ni creen en él, como tampoco creen en sus padres ni en esa sociedad que están llamados a formar y que tampoco cree en ellos ni les entiende. El trío de jóvenes actores protagonistas ofrece unas interpretaciones de una calidad y profundidad admirables, construyendo unos adolescentes muy reales, para nada maniqueos. Se enfrentan con insolente desamparo a esa sociedad que les ha tocado vivir, pero son tan pasivos y acomodaticios como sus padres, sin entender que éstos son a su vez otras víctimas. Ni unos ni otros hacen nada por mejorar, metidos en un irresoluble círculo vicioso. Ni unos ni otros son los malos de la película, pero tampoco son víctimas inocentes. Destacan Àlex Monner, entre la violencia contenida, la rabia y una rota ilusión infantil, y sobre todo Marina Comas con una interpretación sobria y natural pero de un perturbador magnetismo, sobretodo en su parte final, cercana al thriller policial. Demuestra que su premio Goya a la mejor actriz revelación por Pa Negre era merecido. Se les augura un brillante futuro a estos jóvenes, no así como a sus personajes.

  Estos jóvenes están secundados por un excelente plantel de grandes actores adultos, en su mayoría catalanes, de excelencia probada tanto en el cine como en el teatro: Francesc Orella, Emma Vilarasau, una magnífica Ana Fernández… Son profesores y padres tan perdidos y confusos como sus hijos, puede que más. Las interpretaciones de unos y otros, adultos y jóvenes, contribuyen de manera notable a ese tono cercano al documental que imprime la ágil y sabia dirección, inspirado sin tapujos en la más que interesante "La clase", pero sin el optimismo final de aquélla. En este sentido naturalista, la escena de la reunión de profesores y la que ilustra el cartel de la película de los adolescentes pasando una tarde en la playa son excepcionales.

  En su pretensión de ser un retrato generacional a la vez que un análisis preciso de la sociedad presente, el film se alza no sólo como una nueva muestra de la buena salud de la cinematografía catalana, también como una de las mejores películas que el cine español ha dado sobre la juventud.




martes, 22 de mayo de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... 500 días juntos (Marc Webb, 2009)

  Película de culto de la pasada década, sobre todo entre la población joven y/o de tendencias indies, "500 días juntos" (cuyo título original, "500 days of Summer", más apropiado, crea un juego de palabras entre el nombre de la protagonista, Summer, y el significado que éste encierra, verano, para así dar cuenta no sólo de ese año y medio largo de la relación del panoli protagonista tan brillantemente interpretado por Joseph Gordon-Levitt como del estado de enamoramiento, de verano perpetuo, en el que él vive) es una de las películas que mejor ha retratado esa difícil e intangible zona que separa, en algunos casos, la amistad del amor. ¿Se puede ser sólamente amigos una vez que se han pasado ciertas barreras? Según Antonio Gala, el amor es una amistad con momentos eróticos, pero ¿y al revés? ¿La amistad es un amor sin momentos eróticos? Yo creo que sí, que la amistad es amor, a veces más importante e intenso que el amor a una pareja. ¿Pero entonces que son los follamigos? Aún es más, ¿existen realmente los follamigos? O se folla o se es amigo, pero las dos cosas a la vez durante mucho tiempo no creo yo que dure. Algo hay que sacrificar.

  Complejo tema abordado tanto en la música, con el excepcional tema "Agua" de Jarabe de Palo, como en otras películas tanto posteriores como la también indie y de culto "Bon appétit. Historias de amigos que se besan" de David Pinillos (El título lo dice todo. A propósito, una amiga, cuando se la recomendé, me dijo: Sí, quiero verla, pero me da miedo: me recuerda demasiado a nosotros. Y con nosotros se refería a más gente a parte de nosotros dos...)como anteriores, como el clásico contemporáneo "Cuando Harry encontró a Sally" de Rob Reiner de quien esta película es digna sucesora.

  Disfrutemos de esta escena, una de las que mejor y de manera más gráfica ha retratado una de los males de nuestro tiempo: la construcción de falsas expectativas, ya sean infundadas o no. He de decir, que cuando se es como Tom Hansen o como yo, ilusos por naturaleza, no hace falta mucho para que empecemos a divagar y nos hagamos en treinta segundos una idea de nuestra vida en los próximos cincuenta años. Claro, luego llega la realidad y te la pegas a lo grande, una y otra vez. A pesar de que los años y la experiencia atenúan este rasgo, es bonito tener esta clase de expectativas, no perder la ilusión por cualquier cosa, por muchas decepciones que esto traiga una y otra vez. Porque cuando esto sucede, cuando las expectativas coinciden con la realidad o las supera (a veces pasa, os lo aseguro),oh, amigos, eso es maravilloso.


sábado, 19 de mayo de 2012

SEIS PUNTOS SOBRE EMMA (Corazón que no siente)


Dirección: Roberto Pérez Toledo.
Año: 2011.
Duración: 85 min.
Interpretación: Verónica Echegui (Emma), Álex García (Germán), Fernando Tielve (Diego), Nacho Aldeguer (Ricky), Mariam Hernández (Lucía), Antonio Velázquez (Jorge).
Guion: Roberto Pérez Toledo y Peter Andermatt.

 
Sinopsis: Emma tiene casi treinta años. Sus ojos están ciegos pero ella cree verlo todo muy claro: quiere ser madre. Lo ansía de forma obsesiva. Tras descubrir que su novio no podrá dejarla embarazada, rompe con él y emprende la búsqueda de un espermatozoide perfecto. Sin enamorarse, sin sentimientos. Parece fácil, pero no tardará en descubrir que su ceguera no reside únicamente en sus ojos.  

  “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Este dicho popular, llevado al extremo con cierta ironía, es la base de la primera película del afamado cortometrajista Roberto Pérez Toledo, conocido por sus admirables cortos “Manguitos” y “Los gritones”, entre otros. En ellos, unos personajes entre lo cómico y lo trágico viven historias casi anecdóticas pero en su levedad esconden una reflexión profunda sobre las relaciones sentimentales.

La película sigue esta misma línea sin cometer por ello el error habitual de ser un cortometraje alargado. Lo mejor son sin duda sus personajes, en especial aquellos que conforman el grupo de terapia psicológica para discapacitados. Sus conversaciones, historias y reflexiones, por completo alejadas del habitual paternalismo y compasión son refrescantes y muy divertidas, hilarantes y enternecedoras. De entre todos ellos destaca el personaje de Nacho Aldeguer, cuyo convincente retraso mental le dota de una clarividencia e inteligencia encantadoras.

  Verónica Echegui, que interpreta a la protagonista, es un caso aparte. Sin su brillante interpretación no habría película. Su confundido personaje se nos muestra con una naturalidad pasmosa, completamente creíble, no sólo en sus logrados tics de invidente sino en su arrolladora personalidad, cáustica hasta lo hiriente con tal de evitar el dolor y el aislamiento. Logra que un personaje que podría resultar irremediablemente antipático nos resulte digno de respeto y amor, aun cuando no entendamos ni aceptemos sus actos. Frente a ella (al que se le augura una más que probable carretada de premios) los dos personajes masculinos que conforman el extraño triángulo amoroso en el que se ve inmersa, quedan desdibujados y carentes de su misma fuerza, sobre todo el de Fernando Tielve. Conforme avanza la trama -estructurada en seis puntos como el alfabeto Braille- los derroteros sentimentales de la protagonista con el psicólogo del grupo van ganando peso en detrimento de las reuniones de discapacitados. Se pierde así de manera consciente la gracia del principio y se gana en gravedad, pero el espectador (al menos en este que soy yo) pierde asimismo el interés al encontrar esta historia “romántica” menos original y estimulante que la del grupo.

 Sin embargo, y a pesar de sus fallos, el director lanza una interesante reflexión sobre qué entendemos por minusvalía y deja claro su mensaje de que las discapacidades emocionales son peores que las físicas. 

domingo, 13 de mayo de 2012

CONTRA EL VIENTO DEL NORTE (Los amantes de palabra)



Autor: Daniel Glattauer. /Dirección y versión: Fernando Bernués. / Itziar Atienza, Joseba Apaolaza, Pablo Viña.

No sé si conocen la teoría del eterno retorno. Ya que no soy ningún experto en filosofía, parafraseo la definición de la wikipedia, para hablarles con mayor propiedad (toda la propiedad que pueda tener la wikipedia): concepción filosófica del tiempo que plantea una repetición del mundo donde éste se extingue para volver a crearse. Nietzsche, que fue quien lo popularizó en Occidente y lo convirtió en un tópico cultural, sostenía no sólo que los mismos acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación; sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable. Es decir, que estamos condenados a repetirnos.

Esta afirmación, que podría resultar descabellada, no lo es si echamos un rápido vistazo a nuestro presente. Occidente sumido en una crisis económica, gobiernos que se desploman, falta de confianza de los ciudadanos en sus políticos, auge de los totalitarismos… ¿No les suena bastante parecido a las primeras décadas del siglo pasado? Quiera Dios (o quien le sustituya) que no acabemos igual. En términos más prosaicos, el eterno retorno se puede ver en aquel dicho tan sobado en moda del “todo vuelve”, y así vemos a jóvenes que visten como vestían sus madres en los sesenta. No sólo eso: formas de expresión que se creían extintas dado el auge de la tecnología, han vuelto. Estamos hablando de las cartas, transformadas en correos electrónicos por obra y gracia de Internet. La gente escribe ahora más que antes y ha recuperado una vieja costumbre en desuso: revisar el correo cada mañana con el café. Esta vuelta a la escritura trae consigo otro tipo de relación que se creía olvidada: las relaciones epistolares.
Y es aquí, en este terreno en el que se cruzan lo sentimental, la tecnología y la escritura, donde lo nuevo y lo inmutable se encuentran, es aquí donde transita la entretenida y estimulante producción teatral de la compañía vasca Tanttaka Contra el viento del norte, adaptación de la exitosa novela homónima de Daniel Glattauer que se puede ver estos días en el Teatro Marquina de Madrid (c/Prim, 3).
Emmi Rothener quiere darse de baja como suscriptora de una revista, pero envía por error su e-mail de renuncia a Leo Leike, estableciéndose por medio de correos electrónicos una relación, primero irónica y ligera entre estos dos personajes y más tarde, conforme se vayan abriendo al otro amparados por el anonimato, más profunda y romántica. Dicha relación, idealizada e imposible, acaba siendo, paradójicamente, más real que sus vidas ordinarias, con las cuales ambos se muestran insatisfechos: ella está infelizmente casada y él es incapaz de olvidar una antigua relación.  

El propio autor adapta admirablemente su propia obra, tarea compleja si se tiene en cuenta que la única interacción entre los protagonistas es la palabra, que no hay más acción que la que se dice. Se podría caer en el aburrimiento y el vacío con facilidad, pero el libreto, la imaginativa dirección de Fernando Bernués y, sobre todo, los entregados actores Itziar Atienza y Joseba Apaolaza, logran mantener la tensión acerca del devenir de este amor que logra cotas de pasión y tormento que compiten con las que Mariana Alcoforado escribió en sus Cartas de amor de la monja portuguesa en el siglo XVII (eterno retorno, ya saben). Es cierto que el interés de la obra decae hacia la mitad, quizás algo extenuados por la verborrea de ambos personajes, que a veces se vuelve repetitiva, y que en sus esfuerzos por dinamizar el inevitable estatismo de la puesta en escena con una actividad constante (sobre todo en el caso de ella, hiperactiva y con infinitos cambios de humor y vestuario) puede resultar inverosímil en algunos momentos. Aun así, la aparición de un tercer personaje, el marido de ella (en Madrid, interpretado por Pablo Viña y no por Kike Díaz de Rada), hace subir la función y que se recobre de nuevo el interés y la convicción en una historia que no dista mucho de numerosas relaciones que se tienen en la actualidad, donde el mundo virtual ha sustituido a la realidad (llegando a ser, en ocasiones, más real que la realidad).
Con esta premisa de lo virtual sobre lo real se asienta la original puesta en escena, con atmosféricas ilustraciones del joven Naiel Ibarrola que marcan el ritmo de la narración a la vez que contribuyen a crear el clima emocional de los personajes al proyectarse en los cubículos/pantalla que constituyen la base de la sencilla a la par que eficaz y elegante escenografía del pintor, escultor y escenógrafo José Ibarrola, cuya sobria versatilidad para crear los espacios vitales de cada personaje y servir de instrumento al desarrollo de la historia le valió el reconocimiento a la Mejor Labor Teatral en los últimos y prestigiosos Premios Ercilla, que reconocen lo mejor del teatro que se ha visto en el País Vasco. Por cierto, esta misma obra fue premiada como la Mejor Producción Vasca.
Avales suficientes para ver esta obra realizada con evidente esfuerzo e ilusión que no sólo depara un entretenimiento divertido e inteligente, sino una reflexión sobre las relaciones en este tiempo nuestro tan raro desde el principio de los tiempos (que quizá sólo fue el fin). 

viernes, 11 de mayo de 2012

UN LUGAR DONDE QUEDARSE (La magia del desconcierto)



Título original: This must be the place. 
Dirección: Paolo Sorrentino
Año: 2011. 
Duración: 118 min. 
Interpretación: Sean Penn (Cheyenne), Frances McDormand (Jane), Eve Hewson (Mary), Judd Hirsch (Mordecai), Kerry Condon (Rachel), Harry Dean Stanton (Robert Plath), Joyce Van Patten (Dorothy Shore), David Byrne (él mismo), Olwen Fouéré (madre de Mary), Shea Whigham (Ernie Ray). 
Guion: Paolo Sorrentino y Umberto Contarello; basado en un argumento de Paolo Sorrentino. 
Música: David Byrne, con letras de Will Oldham. 


Sinopsis:Cheyenne es un judío cincuentón, antigua estrella del rock, que sigue la estética gótica y lleva una vida aburrida de prejubilado en Dublín. La muerte de su padre, con el que hacía tiempo que no se trataba, le lleva de vuelta a Nueva York, donde, a través de la lectura de algunos diarios, reconstruye la vida de su padre en los últimos treinta años, en los que se dedicó a buscar obsesivamente a un criminal nazi que se había refugiado en Estados Unidos. Con una inexorable lentitud y sin capacitación alguna como investigador, Cheyenne, contra toda lógica, decide continuar la tarea de su padre y emprende la búsqueda del nonagenario alemán a través de Estados Unidos.

  Es difícil criticar una película inclasificable como es ésta última de Paolo Sorrentino, director italiano internacionalmente en alza tras el éxito de su última "Il Divo". Es una de esas películas cuya mejor adjetivo es "desconcertante", incómoda sensación que, sin embargo, resulta a veces necesaria hasta preferible: es sin duda mejor que sentir indiferencia y apatía. El problema es que si se tensa mucho el desconcierto se cae en esas mismas sensaciones que se pretende esquivar. 

  Esta cinta juega constantemente sobre el difícil equilibrio entre lo desconcertante, la indiferencia y el ridículo, pero también, con lo bello y trascendente. Lograr esto no es fácil, está reservado a unos pocos. Así le ocurre a Sorrentino y así le ocurre a Sean Penn, con el que es sin duda uno de los papeles más imposibles y estrafalarios que se han visto en mucho tiempo. El milagro es que Cheyenne, conforme avanza el metraje, se va volviendo, no sólo extrañamente entrañable a ojos del espectador, sino creíble, en un alarde actoral de Sean Penn, pretendidamente inverosímil y ridículamente patético dentro de una trama igualmente inverosímil.  Es algo que no nos creemos ni nosotros, viéndolo con ese look de gótico desfasado que recuerda (demasiado, para ser una coincidencia) a Robert Smith de "The Cure". Pero no sólo es él: los personajes secundarios también son estrafalarios e increíbles, pero están interpretados tan solventemente por un elenco de actores envidiable (Frances McDormand, Harry Dean Stanton...)que nos resultan dolorosamente humanos en su rareza, dispuestos a hablar de la vida al menor imprevisto en un bar de carretera para luego irse a los temas más ordinarios e intrascendentes y bizarros.

  Esta incómoda sensación de desconcierto, de no saber qué se nos pretende contar, de falta de claridad en su desarrollo y sus objetivos persiste durante toda la película pero, conforme su trama se asienta y se configura como una "road movie" delicadamente surrealista con ecos de David Lynch va ganando fuerza y atención del espectador, gracias a una imaginativa y personal dirección y a una preciosa fotografía. Mención especial merece la  magnífica banda sonora (premio David de Donatello a la mejor Banda sonora, además de mejor guión y fotografía), obra de David Byrne, líder de "Talking Heads" que actúa en el film y se marca una gozosa interpretación en directo del tema que da título a la película "This must be the place", que es casi un videoclip del mismo. 

  Uno sale del cine y no sabe decir si la película le ha gustado o todo lo contrario, si le ha parecido una trascendental obra de arte o una tomadura de pelo pretenciosa. Quizá sea ambas cosas. Lo cierto es que en uno u otro caso, deja un poso extraño en el espectador, una sensación de desconcierto, tan incómoda y humana.




jueves, 10 de mayo de 2012

STARBUCK (El gran masturbador)


Dirección: Ken Scott
Año: 2011.
Duración: 103 min. 
Interpretación: Patrick Huard (David/Starbuck), Julie LeBreton (Valérie), Antoine Bertrand, Dominic Philie, Marc Bélanger, Igor Ovadis. 
Guion: Ken Scott y Martin Petit. 


Sinopsis: Fruto de sus donaciones de esperma veinte años atrás, David Wosniak descubre que es padre biológico de 533 hijos y de ellos, 142 se han puesto de acuerdo y quieren conocerle. Para ello han emprendido acciones legales encaminadas a que se desvele la identidad del hombre al que sólo conocen por su seudónimo: “Starbuck”.

  Antes de que empiecen a calificar de imposible e inverosímil el argumento de esta película (¡533 hijos!), quisiera saber si conocen el caso de ese hombre que dona su semen a través de su propia web y que, de seguir así, podría ir a la cárcel. O aquella otra noticia sobre el director de una clínica de fertilidad que inseminó con su propio esperma a a muchas de sus clientas y podría ser el padre de 600 hijos. Son tan sólo dos noticias que se suman a tantas otras del mismo cariz y que hacen plantearse los controles que este tipo de clínicas emplea con sus donantes. No pretende el director decir que esto sea lo común, pero tampoco nos presenta su historia como algo descabellado. La realidad supera a la ficción, ya se sabe.

Lo interesante de esta agradable película canadiense que se ve con sumo gusto, es su reflexión sobre la paternidad en estos tiempos en que los hombres pueden ver reducida su responsabilidad procreadora a una masturbación. La ciencia y los nuevos tiempos ponen a la Humanidad en nuevas tesituras que no dejan de ser las mismas e intemporales cuitas de siempre: las relaciones paterno-filiales, la responsabilidad para con los hijos, etc. En esta misma línea podría inscribirse la reciente “Los chicos están bien”, por ejemplo. Claro que la peculiaridad de esta cinta que nos ocupa es el ingente número de hijos y cómo el personaje principal, un transportista con síndrome de Peter Pan, lidia con semejante progenie.

El protagonista, interpretado con un medido equilibrio entre la comicidad y el drama por Patrick Huard (Premio al Mejor Actor en la pasada Seminci), descubre el sentido de su vida en una paternidad que siempre ha evitado por cuanto tiene de responsabilidad. Se dedica a espiar a algunos de sus hijos y es ahí donde la película se vuelve coral, si bien deja muchas de estas historias deslavazadas y desdibuja a algunos de sus personajes, que han creado una asociación idílica en la que el protagonista se integra tras una identidad falsa. Se puede achacar tanto a esta asociación, como a los personajes y a sus relaciones de cierto idealismo, de cierta inverosimilitud en todo ese buenismo que destilan (esta vez sí) pero la cinta nunca esconde su pretensión de ser, por encima de todo, una comedia amable que entre sus logrados chistes (no todos bienintencionados) encierra algunos toques dramáticos bien encajados.  

La conclusión podría ser que la paternidad es siempre difícil (ya se tengan uno, dos o quinientos hijos) pero también puede ser una de las más maravillosas responsabilidades que la vida nos depare.



domingo, 6 de mayo de 2012

Yo me acuerdo de esa escena de... Somewhere (Sofia Coppola, 2010)

         Esto es una prueba de paciencia. A ver cuántos son capaces de aguantar toda la escena sin adelantarla. Y a ver cuántos son capaces de, una vez llegado el final de la escena no pensar "¿Y esto qué es?".          
       
  Se podrían haber escogido otras muchas escenas, como ese larguísimo y comentado "zoom in" de Stephen Dorff respirando trabajosamente, su cara aplastada bajo una cantidad ingente de maquillaje plástico para hacerle una máscara; la tierna y cándida fiesta del té en bajo el agua bajo los acordes de una pausada versión de "I'll try anything once" de The Strokes o una grácil y luminosa Elle Fanning haciendo patinaje artístico bajo la atenta mirada de su padre al ritmo de "Cool" de Gwen Stefani, donde la canción nuevamente nos cuenta lo que no se dicen los personajes, entre otras. 

  Pero he elegido la escena que precede a los títulos iniciales y donde la música no suena sino hasta el final con las primeras notas de "Love like a sunset" de Phoenix, responsable de buena parte de la banda sonora (el líder de la banda, Tomas Mars, es su marido; son tan indies que da miedo). Si la escena inicial de una película debe resumir ésta, desde luego esta escena es ejemplar en eso. La película trata, con parsimonioso ritmo del vacío existencial de una estrella del cine en decadencia y cómo redescubre el sentido de la vida junto a su hija, a la que nunca ha cuidado mucho. Éste es el argumento de la película, no hay más, y la frase podría ser mucho más corta. El mérito es hacer una película, y que además sea buena, basada en la nada. 

  Y lo consigue, y esta escena da fe de ello. Se le achacó mucho esta falta de argumento a la película, así como escenas que no llevan a ninguna parte, pero la historia (la no historia, más bien) lo requiere: qué hace una persona que siente que no tiene vida, vacía, que siente que su vida no tiene valor. Nada, esa persona no hace nada. Se dedica a dar vueltas y vueltas y más vueltas con un lujoso coche deportivo que no le lleva a ninguna parte, porque no sabe a dónde va. Una metáfora perfecta de la película y del alma del personaje(un sorprendente y maduro Stephen Dorff). 

  Claro que lo que sigue, es más o menos igual, una suerte de película iraní bajo el prisma occidental y post-pop de una pija con talento, y que para eso, dirán algunos, mejor haber dejado esa escena como un corto en lugar de dos soporíferas horas, que para ver a gente no hacer nada, me veo Gran Hermano. 

  A mí me gustó, pero yo soy lento y tengo mucha paciencia.