jueves, 12 de enero de 2012

Yo me acuerdo de... Cómo subí al cielo de los replicantes

[NOTA: este artículo se publicó en la web Cantabria Confidencial con motivo del estreno de la versión final del film en noviembre de 2007. La dedicatoria, sin embargo, sí que corresponde al día de hoy.]


Dedicado a mi amigo Naiel Ibarrola,                                                                                 en el día de su cumpleaños, 
y que tuvo que conformarse con verla, 
por primera vez, en vídeo.

  Esperaba este momento desde hacía dos años: el estreno en salas comerciales (otra vez) de Blade Runner, el viernes 16 de noviembre y sólo durante una semana, con motivo del 25º aniversario de la película. Se trata del montaje final (de ahí el subtítulo: “The final cut”), que incluye escenas inéditas (pocas) y otras remasterizadas y remontadas. En fin, Ridley Scott, puliendo, por fin, las rebabas del diamante que no le dejaron perfeccionar.      
  
  Ustedes, lectores, estarán pensando (o no) que están ante un reportaje de otro fanático “freak” de la película, que sabe el monólogo final de Roy Batty en todos los idiomas (incluido el esperanto) y que hará cola el día 11 de diciembre para comprarse el pack completo edición especial en dvd con todas las versiones y diversos juguetitos más de la película. Lo cierto es que, hasta el día 21 de noviembre, yo no había visto Blade Runner ni una sola vez a pesar de mis casi veintiún años, salvo algunos fragmentos de la película que en toda revista o programa de cine te ponen cada cierto tiempo, como el ya citado monólogo (¡Gracias Antonio Gasset!). En efecto, me negué a ver la película si no era en una sala de cine. ¿El motivo? Algo parecido a una apuesta que, por supuesto, he ganado. Pero será mejor que me remonte a dos años atrás.

  El día 3 octubre de dos mil cinco tenía lugar un eclipse solar y yo empezaba Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid. Dos sucesos extraños e históricos para la Humanidad. En la fila de delante a donde yo estaba sentado, había entre otros estudiantes, uno que me llamó la atención porque mientras atendía, dibujaba. Pasó una semana hasta que le pude conocer, con motivo de formar unos grupos para unas “prácticas” (cualquiera que haya estudiado mi carrera en la misma facultad que yo sabrá por qué uso las comillas para designar a las “prácticas”). Ése fue el principio de una hermosa amistad. Por alguna razón que ninguno de los dos alcanzamos a comprender, nos caímos bien. Y desde entonces nos soportamos mutuamente. Este amigo mío me invitó a pasar unos días, meses después de conocernos, en su casa en el País Vasco (resultaba que era de Bilbao, con eso está dicho todo). Allí, junto a su familia, durante una conversación sobre películas, él dijo una frase lapidaria: “Para mí hay dos tipos de personas: las que les gusta Blade Runner y las que no”. En ese momento miré a mi amigo a los ojos: “Naiel, es que yo…”. A mi amigo se le transmutó el rostro en una mueca de dolor: “No me digas que no te gusta Blade Runner. Era un momento de gran tensión, nuestra amistad peligraba como nunca antes. “No es eso. Es que no la he visto. ¿Dónde se supone entonces que estoy yo? ¿En el limbo?”. “¡¿Qué no la has visto?! ¡Eso es todavía peor!” Creo que es el momento de decir que mi amigo, como buen aspirante a director de cine, es muy peliculero. Yo, por el contrario, soy más bien novelesco. Supongo que ya se habrán dado cuenta de que mi amigo sí es un “friqui” fan de Blade Runner, de esos que te saben recitar el monólogo en español, inglés y francés (pero no en esperanto… creo). Por supuesto, yo no me iba a amilanar, así que puse a Dios por testigo de que la primera vez que viera Blade Runner sería en un cine y en mejores condiciones y con mejor calidad que ninguna de las veces que él la hubiera visto. Y como un monje dominico cumplí mi promesa, porque sabía que el estreno iba a ser tarde o temprano.  

  La mayoría de los que me lean pensarán que soy un gilipollas por prometer semejante cosa. Después de ver la película, debo decir que yo también lo pienso. Pero cómo gocé ese día minutos antes de ver el film, recordándole todo esto a mi amigo. Porque, no se engañen, si esperé dos años fue nada más que para joderle. Cosas de nuestra amistad: nos fastidiamos mutuamente y en vez de odiarnos nos queremos más.

  Y por fin vi la película. (¡ALELUYA!) Y me sorprendió, pues sabía menos de lo que imaginaba. Y me emocionó. Y me gustó.
  Los Ángeles, noviembre de 2019. Rick Deckard es un semiretirado blade runner -un agente de un cuerpo especial de la policía- cuya misión es encontrar y “retirar” (es decir, destruir) a unos replicantes fugitivos que se encuentran en la Tierra. Estos replicantes son seres fruto de la ingeniería genética a los cuales se les ha asignado las labores más peligrosas y degradantes en colonias extraterrestres. Los modelos más avanzados –los Nexus 6, producto de la Tyrell Corporation- son semejantes a los humanos, pero son más ágiles y fuertes y, sobre todo, carecen de emociones. Su presencia en la Tierra es peligrosa, pues fueron declarados ilegales tras tener lugar un sangriento motín. El agente Deckard emprende su investigación sin sospechar que le conducirá al fondo mismo de su existencia.

 Me sorprendió porque yo esperaba ver una buena película de acción, pero no sabía de su estructura típica del cine negro, encuadrada en un futuro desolador y tecnificado. Tampoco la imaginaba tan profunda, tan filosófica, tan existencialista, sin dejar de ser entretenida. Esperaba su famoso despliegue visual en lo que a ambientación se refiere: esa alabada estética ciber-punk, deudora de la también mítica Metrópolis de Fritz Lang, del cuadro Nighthawks del estadounidense Edward Hopper donde una serie de solitarios personajes se refugia en un bar durante una noche salpicada por la colorista luz de los neones; y más que ninguno por los cómics de Moebius, fácilmente reconocible en esas laberínticas y oscuras ciudades verticales formadas por rascacielos que sostienen pantallas gigantescas con motivos asiáticos (debido a la creencia en los ochenta de que Japón suplantaría a Estados Unidos como primera potencia económica) surcadas por coches voladores que se internan entre una niebla tóxica y la omnipresente lluvia. Ciudades contaminadas y multiculturales, masificadas y peligrosas. Ya no es ciencia-ficción, es la vida real. Porque Blade Runner se adelantó en plantear temas y preocupaciones de plena vigencia en este siglo XXI.

  En esta película nada es superfluo, cada detalle es revelador, lo que exige más de un visionado, para captar el significado completo del film. Así, la ambientación futurista no es una mera excusa para el derroche visual, sino que está al servicio del trasfondo filosófico de la trama. La película hace que nos planteemos nuestra existencia (¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?) al igual que lo hace el personaje de Rick Deckard (sin duda, la mejor interpretación de Harrison Ford, cuya inexpresividad adusta y contradictoria le acerca a los grandes detectives del género negro) y así como también lo hacen los replicantes. Son éstos, paradójicamente, “más humanos que los humanos”, como reza el lema de la empresa que los crea. Pues los replicantes, producto de un dios humano  y por definición imperfecto, no aceptan su finitud de cuatro años implícita en el hecho mismo de su existencia. Temen a la muerte y buscan inútilmente, una razón a su existencia, para enfrentarse finalmente ante un demiurgo que no cumple sus expectativas. Toda esta complicada amalgama de sentimientos universales toma forma en la figura del líder replicante Roy Batty, magníficamente interpretada por Rutger Hauer, cuya carrera se ha visto marcada de forma irremediable por este personaje, trasunto de la Humanidad. Este actor realizó importantes aportaciones a la película: se presentó al rodaje, por propia iniciativa, con el pelo blanco; por tanto, la estética de su personaje es creación suya. Y no sólo eso, el famoso monólogo final, una de las escenas más conmovedoras y famosas de la Historia del cine, es también obra suya. Este monólogo no desmerece en absoluto del cine del mejor Bergman, como tampoco lo hace la violenta escena del beso entre Deckard y Rachael (una jovencísima Sean Young que nunca ha estado más guapa, en el papel de mujer fatal con estética de pin–up futurista), la cual sienta las bases de su extraña relación. Un miembro del equipo de la película dijo que la tensión entre los dos actores era tal que en vez de una escena de amor parecía que rodaban una violación. Esta fuerte carga dramática fue otro elemento innovador en el cine de ciencia-ficción y que desorientó a los críticos tanto como el ritmo pausado impropio de una película de acción.

  En efecto, la crítica se mostró dividida y fueron muchos los que no la apreciaron positivamente. Para muestra, un botón:

"Una historieta pretenciosa (...) el edulcoramiento de la vulgar peripecia del protagonista y la confusión con que está rodada convierte en monótono cartón-piedra lo que quizá estuviera concebido como estrella de la película (...) Blade Runner más parece en ocasiones un spot televisivo que una película hecha seriamente. Debería costar menos la entrada. (...) fueron escasos los críticos que no supieron apreciar la dificultad que tiene Scott para narrar con sencillez una historieta tan simple." 
      (Diego Galán: Diario El País, 2 de Febrero de 1983)

  La carencia de comprensión que sufrió la película se debe a su apabullante personalidad, difícil de digerir. Tal inconveniente provocó su fracaso en la taquilla norteamericana, pero logró un gran éxito en el resto del mundo (tres premios BAFTA, incluido el de mejor película) y el status inmediato de película de culto, hasta tal punto que es la película más citada del siglo XX. Esto se debe en gran parte a sus archiconocidas frases y a la banda sonora de Vangelis, nominada al Globo de Oro.

  Esta nueva versión, “definitiva” según su director, aporta poco a la versión de 1992, que sí realizó importantes cambios como la eliminación de la voz en off, la desaparición de la última escena sacada del metraje de El resplandor para forzar un final feliz impuesto por los productores en la versión original de 1982; y, sobre todo, la inclusión de la escena onírica del unicornio, que enlaza con la figurita de origami que el blade runner Gaff le deja en el apartamento de Deckard, haciéndole (y haciéndonos) saber que en realidad es un replicante con recuerdos implantados. (Si le he fastidiado el final a alguien, ¡haber visto la película antes, que ya es hora!) En definitiva, este montaje final aporta una calidad mejorada de la imagen y el sonido, pues se ha aprovechado de los nuevos avances en la materia. La escena más comentada que se incluye es una donde aparecen unas bailarinas semidesnudas con máscaras orientales. Asimismo se corrigieron algunos errores de raccord, como el color del cielo por el que vuela la paloma liberada tras el monólogo, ya que esas secuencias se rodaron en momentos diferentes.


   Para concluir, decir que Phillip K. Dick (escritor del libro de 1968 en el que se basa la película: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?- el título de Blade Runner para la película fue sacado del título de otro libro de ciencia-ficción de William S. Burroughs-) realizó una de sus últimas predicciones al vaticinar tras un pase de cuarenta minutos (murió antes de que se estrenara el film) que Blade Runner cambiaría la manera de ver las películas. Tanto es así, que muchos, después de verla, tememos soñar con unicornios.

1 comentario:

  1. Yo estoy igual que tu, la primera vez que vi 'Blade Runner' fue cuando se estreno la version definitiva en cines. Hoy en dia soy orgulloso poseedor de la edicion especial en DVD y la considero la mejor pelicula de ciencia ficcion que hay.

    ResponderEliminar