jueves, 22 de diciembre de 2011

Yo me acuerdo de... Mi abuela y Susan Sontag


  No, mi abuela no era Susan Sontag. A mi abuela la conocí, a Susan Sontag, no.
  
  Hace justo hoy cinco años que mi abuela murió. El día del Gordo, el cumpleaños de Natalia Sabater. Dentro de seis días se celebrarán siete años de la muerte de Susan Sontag, que, curiosamente, nació el mismo día que yo, unas cuantas décadas antes.

  Susan Sontag murió con 71 años. Mi abuela a los 75. Susan Sontag era famosa, aunque muchos no la conocieran, mi abuela entre ellos. Mi abuela no era famosa, pero en su barrio la conocían muchos.

  Ambas murieron de lo mismo. Mi abuela después de seis meses. Susan Sontag después de varios años.

  Mi abuela fue incinerada. Parte de sus cenizas fueron esparcidas en el Camp Nou cuando el Barça celebró la triple victoria en la Copa del Rey, la Liga y la Champions. Le habría encantado.

  Susan Sontag fue enterrada en el cementerio de Montparnasse en París. Al entierro de Susan Sontag acudió gente como Patti Smith, Salman Rushdie e Isabelle Huppert, entre otros.  Yo viví un año en París. Tres días después de llegar fui a ver una exposición retrospectiva en la Maison Européenne de la Photographie sobre Annie Leibovitz. 

  Susan Sontag y Annie Leibovitz fueron amantes durante dieciséis años y la naturaleza de su relación no quedó aclarada hasta la muerte de Sontag. Mi abuela estuvo casada más de cuarenta años. Luego enviudó y tuvo algunos novios con los que se iba a bailar.

  Una de las fotografías de la exposición era ésta de Susan Sontag, y algunas más, sacadas durante los últimos meses de su enfermedad. En el salón de mi casa tenemos una fotografía de mi abuela dentro de un marco verde pistacho. Sonríe mientras guiña un ojo a cámara. Tiene los labios pintados de rojo intenso. En el reverso escribió: Para mis hijos y nietos con todo el amor de una madre y abuela. María. Un autógrafo. Ella siempre pensó que su destino era el de ser una estrella de cine.

  Mi abuela llevaba una permanente voluminosa que le formaba rizos imposibles en el pelo, teñido de rubio platino. Era su rasgo físico más reconocible. Susan Sontag tenía una larga cabellera negra tan sólo perturbada por un mechón de pelo blanco que le salía de la frente. Era su rasgo físico más reconocible.

  El día que murieron ni la una ni la otra tenían ese rasgo. Las dos tenían el pelo corto, muy corto, y blanco. Y seguían siendo guapas y reconocibles pese a todo.

  La fotografía de Annie Leibovitz retrata perfectamente a Susan Sontag como sólo una gran fotógrafa puede hacerlo, capturando el alma del retratado, como sólo un amante puede hacerlo. La fotografía de mi abuela también la retrata perfectamente, captura su alma, porque no era difícil retratar el alma de mi abuela.

  En esa foto, Susan Sontag sabía que iba a morir. Tarde o temprano, pero ya sabía qué es lo que la iba a matar. Y tiene la mirada serena. Mi abuela no lo supo, porque no quería saberlo. Pero se fue serena, de todas formas.

  Dos mujeres diferentes que no tienen nada entre sí, salvo para el nieto de una, que cuando ve esa fotografía de una de ellas tomada por su amante se acuerda de su abuela, y de su pelo blanco y corto. Y de su pelo largo y rubio platino.



5 comentarios:

  1. Me ha encantado lo que has escrito...

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  2. ¡Muchas gracias por los comentarios! Sólo para que la gente no se me asuste y piense que me encuentro al borde del suicidio, que alguno ya se ha inquietado: Sí, es el quinto aniversario de la muerte de mi abuela. Pero estoy perfectamente, y contento. No es un día amargo en absoluto. Sólo quería tener un recuerdo bonito hacia ella, a la mujer que era en esa foto, que es como la recuerdo y la recordaré siempre.
    Por cierto, The Lost Dreamer, grandísimo post el que has escrito hoy.

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  3. Me gusta el blog y tu sello! alguna vez te compartiré lo que he escrito...

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  4. Vaya Alejandro.. Fellini me lleva a Sontag i Sontag a ti.. te guardaré por aquí!

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